Hay gente que debería plantearse cambiar de vida. Por ejemplo, dormir más, o complacer con más frecuencia a su mujer o, simplemente, alejarse de los ordenadores, que crean muy malos hábitos. Los ordenadores son como el ajedrez, que una vez que entras en su mente enfermiza ya no sales. Le das a la azotea una y otra vez y acaba pasándote una de dos: o una gotera, o hacer una película como esta, que es medio continuación, medio remakede la «Tron» del 82. Tanto aquella como esta son una comedura de tarro importante, algo que a todos se nos ha ocurrido, pero que es difícil llevar a la práctica: meter a los humanos en los circuitos de los ordenadores. Es un asunto complejo que Joseph Kosinski no acaba de desvelar.
Disney ha echado toda la carne en el asador, pero tanto que casi se chamusca. Lo han «ordenado» tanto que apenas se entienden los tejemanejes de un circuito u otro. Afortunadamente, Kosinski ha contado con Jeff Bridges, que son palabras mayores. No hay frialdad ni hielo que consiga apagar la pasión de este actor de mirada entrañable. Es posible que de «Tron» se entiendan pocas cosas (sobre todo la elección de un hijo bueno que tiene pinta de Belfegur transformado), pero sí se aprecia en su totalidad el tono humano que Bridges da a la narración salvando buena parte de los muebles.






