El 11 de abril de 1994 Evgeny Kissin toca en el Teatro Comunal de Bolonia. Programa exigente, de los que no admiten flaquezas, con músicas de Schubert, Chopin, Schumann y Liszt. Pero lo más sabroso aún está por llegar. Empujado por un público entusiasta, Kissin ofrece un bis, luego otro, y otro, y otro más, hasta alcanzar la cifra de trece. Un récord. A la una de la madrugada, después de noventa minutos más de concierto, cuentan las crónicas que «fue necesaria la intervención cortés pero firme de la policía para desalojar de la sala a los oyentes que manifiestamente querían seguir escuchando al joven pianista ruso hasta la mañana siguiente». Un relato que parece de otros tiempos, los de Horowitz o incluso Liszt. Kissin es, en ciertos aspectos, un músico de otra época, el testimonio vivo de una tradición pretérita y prestigiosa, la de la escuela pianística rusa, que habla de intérpretes generosos y graníticos, cuyo poderío digital raya en lo sobrehumano.
Lo de Bolonia no fue un caso aislado. En la misma ciudad, el 21 de mayo de 1996, Kissin superaba su anterior plusmarca y llegaba a los quince bises. Doce había concedido en Milán. Por supuesto, el pianista reservaba semejantes proezas físicas para ocasiones puntuales y cuando se sentía especialmente inspirado. Pero siempre indiscutibles eran su generosidad y entrega, así como su capacidad para subyugar al público (al margen de que su gestualidad sobre el escenario no sea del agrado de todos), santo y seña de una filosofía según la cual el intérprete ha de ganarse los galones en el campo, incluso a riesgo de bordear lo circense.
Es un músico de otra época, el testimonio vivo de una tradición prestigiosa
Reflejos y garra
Kissin ofrece una versión actualizada (aunque no tanto) del prototipo de pianista ruso: portentoso virtuosismo, capacidad para dominar con prodigiosa soltura los más arduos escollos técnicos, reflejos y garra muscular sobre el teclado, repertorio básicamente centrado en el romanticismo (Schubert, Chopin, Schumann, Liszt, Brahms) y en los autores rusos (Chaikovsky, Rachmaninov, Scriabin, Shostakovich, Prokofiev). El paso del tiempo no le ha quitado su cara de niño, pero sí ha depurado algunos aspectos de su estilo musical. Por ejemplo, ha templado la contundencia a veces excesiva de sus sonoridades y ha enriquecido su paleta tímbrica. También su visión de la partitura ha ganado en profundidad sin por ello renunciar a sus espectaculares dotes virtuosísticas.