Quienes se acerquen a la basílica de Santa María la Mayor, en Roma, podrán contemplar, como una de las reliquias más preciadas, el pesebre donde nació Jesús expuesto en la capilla del mismo nombre, situada en la cripta llamada de Belén. Dice la tradición que estas «santas maderas» fueron enviadas a Roma hacia el año 645, bajo el pontificado de Teodoro I, y para su veneración y magnificencia Nicolás IV ordenó construir, hacia 1290, una capilla «en forma de nacimiento». Sin pretenderlo, se estaba concibiendo quizá el primer «portal de belén» formado por figuras independientes de la Sagrada Familia entre la mula y el buey y los Reyes Magos; de este conjunto escultórico de Arnolfo di Cambio apenas quedan algunas piezas (San José y los animales), ya que la capilla y la cripta medievales fueron transformadas profundamente trescientos años después bajo los gustos artísticos del momento. De este modo, el misterio de la Natividad trascendía de las escenas en relieve representadas en los pórticos y retablos, para convertirse en un nuevo modelo iconográfico.
El milagro de Greccio
No obstante, parece ser que el origen de la costumbre popular de componer nacimientos o belenes, hay que buscarlo en la representación del pesebre que hizo San Francisco de Asís en la noche de Navidad de 1223, en una gruta de Greccio, con una imagen del Niño entre una mula y un buey vivos. La tradición asegura que el Niño Jesús cobró vida durante la adoración y el milagro obtuvo rápidamente la aceptación popular, multiplicándose las representaciones en ámbitos públicos y privados.
El máximo esplendor de estas representaciones llega en la primera mitad del siglo XVII y culmina en la siguiente centuria con los belenes de procedencia napolitana, de manera especial los originados durante el reinado de Carlos III. Con ellos, las casas aristocráticas rivalizan entre sí encargando fastuosos conjuntos de sugerentes arquitecturas clasicistas y evocadoras ruinas, en los que discurren centenares de piezas de artística composición formando escenas cotidianas; también se integran grandilocuentes cabalgatas en las que participan grupos de personas y animales de la más exótica procedencia geográfica, como símbolo de la universalidad del reino de Dios. Varios conjuntos de este tipo pueden contemplarse actualmente en museos y colecciones públicas, no faltando los que se exponen temporalmente en algunos conventos.
antonio sánchez del barrio