Los derbis son la quintaesencia de la rivalidad futbolística. Un duelo del mejor western, una historia de sueños cruzados, una aventura sin mapas, una venganza del tiempo. Durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, los derbis madrileños eran de alta tensión y el resultado vibraba a lo largo de los noventa minutos. Pasión, juego, emoción, equilibrio: Amancio y Ufarte; Gento y Collar, Velázquez y Luis. Partidos en los que las previsiones se hacían añicos sobre el césped. Después, como en las series de televisión, ya nada fue igual.
El derbi de hoy, que recupera el ambiente liquidador de la Copa, llega con un Atleti que acaba de ofrecer un espectáculo bochornoso en Alicante y un Madrid épico («homérico» habría afirmado el casamentero, Barry Fitzerald, en esa obra maestra de John Ford titulada «El hombre tranquilo») frente al Villarreal. Pero, más allá de circunstancias orteguianas, y metafísicas, como es el caso de los colchoneros, o psicoanalíticas, en el derbi se olvida el pasado y se vive el presente.
Regresa el suspense del perverso Hitchcock, un «Vértigo» donde el malo se hace bueno, el bueno, malo y el árbitro, como siempre. Un derbi es la suma de una rivalidad eterna y un partido condenadamente imprevisible. Hoy, más imprevisible por el Atleti que por el Madrid. Pero, a pesar de las contingencias, el de esta noche reúne todos los requisitos necesarios para convertir el partido en todo menos aburrido. Valgan las palabras de Luis Buñuel: «Se puede discutir el contenido de una película, su estética —si la tiene—, su estilo, su tendencia moral. Pero nunca debe aburrir». Pues si esto es así, lo que vale para el cine, vale para el fútbol. Y los derbis.
El derbi de hoy, que recupera el ambiente liquidador de la Copa, llega con un Atleti que acaba de ofrecer un espectáculo bochornoso en Alicante y un Madrid épico («homérico» habría afirmado el casamentero, Barry Fitzerald, en esa obra maestra de John Ford titulada «El hombre tranquilo») frente al Villarreal. Pero, más allá de circunstancias orteguianas, y metafísicas, como es el caso de los colchoneros, o psicoanalíticas, en el derbi se olvida el pasado y se vive el presente.
Regresa el suspense del perverso Hitchcock, un «Vértigo» donde el malo se hace bueno, el bueno, malo y el árbitro, como siempre. Un derbi es la suma de una rivalidad eterna y un partido condenadamente imprevisible. Hoy, más imprevisible por el Atleti que por el Madrid. Pero, a pesar de las contingencias, el de esta noche reúne todos los requisitos necesarios para convertir el partido en todo menos aburrido. Valgan las palabras de Luis Buñuel: «Se puede discutir el contenido de una película, su estética —si la tiene—, su estilo, su tendencia moral. Pero nunca debe aburrir». Pues si esto es así, lo que vale para el cine, vale para el fútbol. Y los derbis.






