Deportivo
2
Almería
3
A Lotina no le interesaba el cruce con el Barcelona en las semifinales de la Copa. Lo dejó entrever esta semana al decir que eliminar al Almería —una entelequia para su equipo, visto lo visto— dejaba un regusto «agridulce», por la dificultad del siguiente rival.
Su equipo cumplió a la perfección, y se convirtió por momentos en el alma en pena que es últimamente el entrenador vasco, más gallego que nunca, porque no se sabe si ataca o si defiende, si quiere ganar o se conforma con que sus hombres troten y hagan noventa minutos de carrera discontinua. Oltra sí quería la Copa, y vaya si lo demostró. El colista soltó lastre con su mala racha liguera y se desmelenó. Al Almería no le da miedo el equipo de Guardiola.
Fue simple cuestión de actitud. En los primeros diez minutos, hubo más ocasiones que en los noventa del partido de ida. Mucho tuvo que ver la decisión de Lotina de desguazar su autobús y recuperar la defensa de cuatro para atacar desde el principio la portería de Esteban. Pronto olvidó el técnico de Meñaka los cuatro que le endosó el Barcelona la última vez que le dio por inventarse una zaga. Quisieron los locales tirar de la manta para arriba —aunque con Lassad apenas se notó—, y el Almería aprovechó que le quedaron los pies al descubierto para provocarle un resfriado.
Pero el colista no vino a Riazor con mentalidad de equipo pequeño, con la única pretensión de atrincherarse atrás para defender el exiguo botín del soporífero encuentro de ida. Todo lo contrario. Apenas se llevó un susto en el arranque con un larguero de Manuel Pablo tras una buena jugada al toque del Deportivo —respondido con otro palo de Goitom—, pero acto seguido, comenzó el festival andaluz. Encontró una autopista entre la defensa y el centro del campo gallego, que el triplete ofe cruzaban sin pudor.
La velocidad almeriense superó en todo momento la línea de cuatro —lo que se extraña a Lopo en Riazor...—, y en diez minutos le hizo el favor a Lotina, sonrojando a su defensa y anotando dos goles casi consecutivos, al contragolpe, que fueron la gota que colmó el vaso de la paciencia de Riazor, ayer con un escaso tercio de entrada. La indolencia que desprendía el equipo encendió a la grada, molesta con los suyos, que convirtieron el partido en una conjura para salvar su dignidad profesional más allá de los sistemas y reflexiones de su técnico.
Soñó la gesta
Fue el punto de inflexión de un Deportivo que se lo comenzó a tomar en serio. Laure, Pablo Álvarez y Valerón tomaron el timón —el resto no sabe de qué va el negocio—, y al borde del descanso, el penalti de Crusat al extremo diestro encendió la llama de la gesta deportivista. El testarazo de Adrián nada más reanudarse el encuentro —Lotina recordó que tenía un delantero en el banquillo— metió el miedo en el cuerpo del Almería.
Faltaba el «momento Iturralde». Quiso ver mano de Rubén en un agarrón que le hace el delantero almeriense apenas dos jugadas más tarde y señaló otra pena máxima que mató definitivamente el partido. Quedaron los ataques de coraje, los impulsos salidos de la chistera de Valerón y la pólvora reencontrada por Adrián.
Lotina hizo incluso debutar a Iago Beceiro, quizás como mensaje a Lendoiro de su escasez de efectivos ofensivos —como si ayer el problema estuviera en el ataque y no en el agujero negro de su defensa—. Enfrente, el Almería tenía criterio. Fue suficiente. Al Deportivo le queda la Liga. Y así le va.







