El día que dejó de negar la evidencia, Floyd Landis se convirtió en un conglomerado de nitroglicerina con piernas. El ciclista con la historia más hermosa, su pasado entre los amish, admitió hace tiempo que había recurrido a sustancias prohibidas desde 2002, incluyendo su victoria en el Tour 2006. En su confesión, implicó a una importante cifra de ciclistas, incluido Lance Armstrong como inductor en una red bien organizada. Después de haberse gastado dos millones de euros en defender su inocencia y de vagar por la segunda división del ciclismo en el Bahati, Landis anuncia su retirada. O lo que es lo mismo, muere matando.
Landis se crió al amparo del ordung, la ley no escrita de los amish. Un estilo de vida que repudia los lujos y la ostentación y proclama los ritos sencillos. Landis se educó sin electricidad, sin automóvil ni televisión, desligado del mundo exterior en aras de sus creencias religiosas. Ningún colorante extra hasta que ingresó en el ciclismo profesional y acabó sentado ante el juez por ingerir fármacos prohibidos y atacar el ordenador del laboratorio francés que lo desnudó. Landis ya se había inventado la excusa de una borrachera de whisky como causa del exceso de testosterona en la orina que lo desacreditó como ganador del Tour 2006. Todo lo que aprendió en la comunidad amish se desvaneció entre la basura del dopaje.
Landis acusó a Armstrong, Hincapié, Leipheimer y Zabriskie, sus compatriotas americanos, y también al director belga Johan Bruyneel. «En 2002, Bruyneel me enseñó a usar parches de testosterona durante el Dauphiné Libéré. Después volé en helicóptero con Armstrong hasta Saint Moritz, donde me entregó personalmente, delante de su mujer, una caja de parches de 2,5 mg. Una semana después, el doctor Ferrari —médico entonces de Armstrong— me extrajo medio litro de sangre para usarla en una transfusión durante el Tour», dijo el estadounidense. Por esas revelaciones, la leyenda de Armstrong puede acabar en ruinas. El azote del dopaje en Estados Unidos, Jeff Novitzki, que actuó como fiscal en el caso Balco (la atleta Marion Jones terminó en prisión por admitir que consumió sustancias dopantes), ha tomado las riendas de la investigación y augura una primavera llena de sobresaltos para el siete veces ganador del Tour. Ya ha colaborado con la Interpol y ha viajado a Francia para rastrear la andanzas de Armstrong. El director general de la Agencia Mundial Antidopaje, David Howman, ha recogido el testigo y anticipa que las pesquisas pueden resultar tan escandalosas como lo fueron en el caso del béisbol y el atletismo en los Estados Unidos.
Por venganza o arrepentimiento, Landis tiró de la manta y ayer dijo que se marcha. Lo anunció en el canal ESPN y propagó una sentencia catastrófista sobre el porvenir del ciclismo: «Estoy casi seguro que este deporte no se puede arreglar, pero ese ya no es mi trabajo, no es mi lucha».






