«En el fondo, la psiquiatría siempre ha sabido que el loco es aquel que no tiene capacidad de trabajo. Pero el problema está en saber administrar la propia enfermedad, la propia locura. He conocido a la hija de un célebre profesor de la Facultad de Medicina que todos consideran esquizofrénica y que ha vivido años y años circulando de una clínica a otra, y que, sin embargo, siempre ha sido capaz de mantener una relación con los demás. El demente de Kraepelin, el que ha perdido totalmente su conciencia, el auténtico muerto en vida, solo existe en el manicomio». «Pero el manicomio es también más arcaico, no solo por la miseria y el horror que contiene, sino porque en él nada es racional, todo allí queda reducido a una mera relación de opresión entre individuos». Franco Basaglia, autor de estas declaraciones, es el protagonista de los vídeos que presenta Dora García en la galería Juana de Aizpuru de Madrid.
Basaglia fue un psiquiatra italiano, muerto en 1980, en plena madurez intelectual, a los 56 años, creador y promulgador de una idea revolucionaria en psiquiatría que, como se puede deducir de las palabras anteriores extractadas de una entrevista suya, consistía en sacar a los enfermos mentales a la calle, derribar los hospitales o centros psiquiátricos. Finalmente, lo consigue en su Italia natal, cuando en el año de su muerte se aprueba la ley llamada 180 que impedía el internamiento de un enfermo mental sin el previo consentimiento o aquiescencia de este. Basaglia, que fue director del hospital psiquiátrico de Gorizia desde 1961, publica su obra fundamental, bajo el título de La institución negada. Informe de un hospital psiquiátrico, en 1961, cuya edición española corrió a cargo de Barral Editores diez años más tarde, en 1970. Sin duda y vista esta revisión que lleva a cabo Dora García de su discurso, estaría bien poder recuperar ahora este libro que suponemos andará descatalogadísimo.
El psiquiatra Franco Basaglia protagoniza los vídeos de Dora García
Este proyecto surge como encargo de la galería Civica de Trento, y acaba siendo la pieza de Dora García para la última Bienal de Sao Paulo (2010). La conexión Basaglia-Brasil es evidente, pues el psiquiatra o, más bien, el antipsiquiatra italiano, visita Brasil; en concreto el manicomio de Juqueri, el más grande de Latinoamérica, y al que le precede toda la cruel fama que se le supone a estas instituciones por él denostadas. El manicomio sigue en activo, pese a sufrir en 2005 un incendio que destruye buena parte de sus instalaciones. Irónicamente, queda aniquilada su biblioteca, donde estaban guardados cientos de volúmenes de antisabiduría psiquiátrica. Dora García acude allí para grabar un vídeo de veinte minutos que es la pieza estelar de esta muestra. Juqueri se inauguró en 1898 y ha llegado a contar con más de 14.000 internos de toda clase y condición, niños y adultos. Sin duda, un manicomio-estado como lo califica García en el título de la película. Un inabarcable espacio territorial, con la casa colonial de su fundador encaramada en una loma, donde regían sus propia leyes: la locura de los locos y, la aún peor locura, la de los cuerdos.
Nada hace pensar tanta dureza
La cinta consiste en el recorrido por este inmenso lugar de la mano del hijo de uno de los psiquiatras que allí trabajó. Aunque las descripciones puedan resultar duras, el entorno no lo hace presagiar. Nos situamos en un espacio natural privilegiado, rodeado de selva, a plena luz del día y, evidentemente, con un sol radiante, hasta cegador cuando la cámara se dirige hacia él. Mientras, el ruido de fondo es el propio de un Brasil amazónico: pájaros… un cierto carácter seudoidílico. No obstante, si quieren ver alguna de las imágenes terroríficas que se hayan podido desarrollar tras sus paredes y muros, vayan a internet y alguna de ellas en blanco y negro encontrarán. Cuerpos desnudos, y escuálidos, acurrucados contra una pared. Quién sabe si hemos atravesado los muros de un manicomio o de un campo de concentración. Hecho este inciso, eso no quiere decir que el entorno seudoidílico que graba en algunos momentos la cámara (inevitable, por otro lado) oculte la realidad que aquí se vive y se ha vivido. Pese a que el sol caiga a plomo y dulcifique los colores y las palabras, no puede ocultar los largos planos de un camposanto inmenso que cubre todo el horizonte, al que le bastan y le sobran todos los calificativos. Tampoco puede ocultar la historia que narra el hijo del psiquiatra, que describe como algunos enfermos solo contaban con la posesión de un abrigo de fieltro y un cigarrillo y morían en el exterior del edificio con sus botas puestas (el abrigo y el cigarrillo), abandonados, solos. El odio de Basaglia hacia los psiquiátricos se hace totalmente comprensible. Y las palabras de Dora García –cuando ha declarado que «la idea de artista es insoportable»–, también.







