Cultura

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La bestia negra del Ministerio

Carmen Calvo y César Antonio Molina tuvieron que abandonar sus cargos al frente de la cultura española en gran medida por sus disgustos con el cine. Su sucesora, Ángeles González-Sinde, parece tropezar en la misma piedra

Día 27/01/2011
El cine, siempre el cine. Devorador de ministros (al menos, los de Zapatero), el séptimo arte no es tan inofensivo como cabría esperar. Después del fracaso de los dos primeros ensayos del Gobierno socialista, el presidente recurrió a una mujer vinculada al mundillo desde antes incluso de nacer, una baza «segura». Ángeles González-Sinde, cineasta con pedigrí, fue acusada incluso de ocuparse demasiado de los intereses de sus colegas en detrimento de otras áreas del Ministerio.
Con la Academia de Cine ocupada por su sucesor y amigo Álex de la Iglesia y con Ignasi Guardans como director general del ramo, todo parecía bajo control. ¿Todo? ¡No! La aldea global, poblada por irreductibles navegantes y hasta por corsarios, ha terminado de romper un equipo que ya sufrió la baja sensible de Guardans, destituido por una «pérdida progresiva de confianza». Lo que ha escrito después el ex director general del Instituto de Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA) sin salirse siquiera de los márgenes de su cuenta de Twitter no habrá sentado nada bien en el Ministerio. Dejamos tres frases a modo de ejemplo, todas ellas posteriores al anuncio de Álex de la Iglesia de abandonar la Academia: «Aquí se puede, lo diré claro: me jode la decisión de @AlexdelaIglesia. Pero la entiendo. Todo este proceso ha sido patético, desgraciado». «Álex de la Iglesia es un grandísimo amigo. Le han dejado solo quienes no han tenido ni el valor ni el talento que su sueldo y cargo exigen». «Gobernar situaciones complejas exige algo más que hacer discursos y presidir inauguraciones. Y ya me callo, que otra vez me acusarán de resentido».
«Flashbacks»
El Gobierno intenta sacar adelante la Ley del Cine, pero después de meses de consultas, discusiones y enmiendas, la nave está encallada. Exhibidores, distribuidores, actores, cadenas de televisión privadas (y hasta públicas, según se supo después) y otros gremios remaban en mil direcciones diferentes, ahogando un texto que que presumía de ser hijo del consenso. Aquellas batallas le costaron el cargo a Carmen Calvo, quien dejó un bonito titular y una mala noticia: «En la ley del cine han sido todos de una deslealtad absoluta».
Diciembre de 2007. Ya con César Antonio Molina en el Ministerio y tras arduos esfuerzos de la vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, el Gobierno da a luz la Ley del Cine. El parte de guerra detalla un año de negociación, tres enmiendas a la totalidad y más de 150 enmiendas parciales incluidas, de las 400 presentadas en ambas cámaras.
Pasaron los meses, sin embargo, y la ley seguía sin entrar en vigor, porque no terminaba de aprobarse la orden ministerial que debía reglamentar las ayudas. A todo esto, la taquilla del cine español seguía en caída libre (aunque no tan grave como la de 2010, a la espera de que se atrevan a publicar las cifras definitivas).
En abril de 2009, Zapatero vuelve a dar un giro de timón y sustituye a Molina por Ángeles González-Sinde, predestinada a cerrar la trilogía maldita del cine español. La ministra llegaba convencida de la necesidad de poner coto a la piratería y con un as en la manga, el citado Ignasi Guardans, gran experto en leyes, ayudas y negociaciones en Bruselas. Pero justo en su terreno de batalla favorito se produjo la principal derrota. Doscientos profesionales del mundo del cine (no fue la oposición ni un grupo incontrolado de internautas) recurría la orden ministerial ante la Unión Europea, que decidió pedir tiempo muerto para evaluar las protestas. Debido a la falta de previsíón, las ayudas públicas quedaban suspendidas, con las antiguas ya abolidas y las nuevas publicadas en el BOE, pero sin el respaldo europeo. Mientras, los productores observaban aterrados el panorama. El propio Álex de la Iglesia mantenía su primer pulso soterrado con el Ministerio, hacía balance y declaraba, en mitad de un acto protocolario con el Rey, que «las iniciativas legislativas en marcha» ponían «en serio peligro la propia existencia de nuestro cine en un plazo muy breve».
«No rodarán cabezas»
A finales de año, a la espera de la decisión de Bruselas, el «noviazgo» entre entre Sinde y Guardans empezaba a enturbiarse. Una frase de la ministra hacía presagiar lo peor: «En ningún caso rodarán cabezas». La siguiente afirmación, en efecto, ya anunciaba lo que ocurriría: «La orden se aprobará, y si no es así, tendremos que desterrar a Ignasi».
La orden se aprobó finalmente, pero Guardanas terminó por caer, aunque no fue hasta el pasado mes de octubre cuando fue destituido como director general del ICAA. La causa oficial: «un proceso progresivo de pérdida de confianza». Guardans también dejaría una frase para el recuerdo: «Si no haces nada, nunca te equivocas» y avivó otra polémica ya desde fuera del Ministerio, al asegurar en una entrevista que había habido fraude de algunos productores a la hora de solicitar las ayudas. «Que acuda a los tribunales», fue la respuesta de su ex jefa. «A nosotros no nos consta, si así fuera, no lo dejaríamos pasar».
Que tras perder a su mano derecha, la izquierda (Álex de la Iglesia) haya dimitido como presidente de la Academia solo es un síntoma más del mal que aqueja al Ministerio de Cultura cada vez que se ocupa del cine español. Si el director de «El día de la bestia» se extralimitó en su afán conciliador con los internautas o si se sintió traicionado por el pacto político posterior entre PSOE y PP para salvar la Ley Sinde, es otra historia. Él todavía está a tiempo de recapacitar y evitar una salida que muchos no terminan de entender. Incluso Icíar Bollaín o quien llegue al cargo también puede hacer una gran labor, pero el Ministerio sigue herido de cine.
JUAN CARLOS DELGADO
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