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No se prodiga especialmente. Entre unas cosas y otras, solo han sido once discos (a la espera del ansiadísimo «Blessed», que está al caer, aproximadamente el 1 de marzo) desde que debutara en 1979. Pero cuentan que Lucinda Williams (acaban de caerle los 58 tacos el pasado día 26 de enero) es muy, pero que muy perfeccionista, y se lo toma con calma.
Tampoco le ha ido tan mal, porque en este tiempo la cantante y compositora de Luisiana se ha llevado a casa tres Grammys, y siempre ha recibido el apoyo de la crítica aunque, salvo excepciones, sus ventas nunca hayan sido estratosféricas. Poco debe importarles eso a quienes la siguen desde hace años, probablemente desde que descubrieron una canción como «Passionate kisses», de 1988, que también cantó magníficamente Mary-Chapin Carpenter.
Batallón de amazonas y trovadoras
Lucinda pertenece a ese batallón de amazonas y trovadoras de voces personalísimas y cancioneros de alta emotividad. Hablando de voces, la de Williams es polvorienta como el desierto de Mojave, y se te clava en el corazón como la mordedura de una cascabel. No hay palo de la música popular americana (country, folk, espiritual, gospel...) al que no se encarame y desde todos el horizonte que se divisa es amplio. Lucinda es desgarro, pasión a flor de piel, emociones intensas, desconsuelo y ternura a partes iguales. Canciones que hacen que se te gripen las turbinas del alma.
