INCLUSO en el siglo XXI se estima que el 75% de los perseguidos por causa de su fe en el mundo, 350 millones de personas, son cristianos. Sí, católicos, evangélicos y ortodoxos de todo el mundo son hostigados a diario a causa de su fe.
Hace apenas unos días, a los ya conocidos casos de persecución religiosa a los cristianos en Nigeria, en Gaza donde sufren a diario el asedio de Hamás, Iraq o Paquistán donde Asia Bibi fue condenada a muerte por las autoridades paquistaníes por defender públicamente la fe católica a raíz de la aprobación de la Ley Antiblasfemia, ha de sumarse el ataque sufrido por la Iglesia Ortodoxa Copta en Egipto y que costó la vida a 28 personas por expresar su fe con palabras y hechos. Así mismo, países de la UE como Francia, Reino Unido, Suiza o Alemania se encuentran en estado de alerta tras la publicación, el pasado 2 de diciembre de 2010 en una web islamista radical afiliada a Al Qaeda (Sumukh al Islam), de un listado en el que se enumeran 16 Iglesias Coptas susceptibles de sufrir ataques terroristas en estos países. Un verdadero ataque a la libertad religiosa, derecho fundamental de la persona que goza de un estatuto especial entre los derechos y libertades fundamentales enraizados en la dignidad de la persona y proclamado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Hay quien olvida que al impedirla o poner cualquier obstáculo a la misma se amenaza la justicia y la paz, teniendo un efecto negativo para la convivencia civil, la solidaridad, creación cultural y compromiso social; pues sobre la base de las religiones la sociedad construye los valores éticos y espirituales, universales y compartidos para lograr un orden social justo y pacífico bajo la protección de los derechos humanos, y con la dignidad de la persona como fundamento. Así, quienes atacan y persiguen la libre expresión de las creencias en el espacio público bajo la premisa de que la religiosa es una dimensión únicamente individual obvian que al manifestarse en sociedad impulsa entre otros, la práctica de la solidaridad con vistas siempre al bien común.
Resulta por ello imprescindible que las Naciones Unidas una vez más, en un ejercicio de responsabilidad, contemplen en sus políticas la defensa de la libertad religiosa y en especial la cristiana, pues con su patrimonio de valores y principios contribuye a que los pueblos tomen conciencia de su propia identidad y dignidad al tiempo que reafirma los derechos del hombre y sus respectivas obligaciones, entre las que se encuentra lograr el bien común. Falta por ver en todo esto al Ministerio de Asuntos Exteriores español, a Zapatero, dejar las cosas claras, pues en este caso, el que calla otorga. Tomemos nota.