Wendolin Kramer tiene una capa, luce un traje como el de Super Chica y, en efecto, es una superheroína. O, mejor dicho, cree que lo es. La realidad, sin embargo, es mucho más cruel y, ejém, real, y, Wendolin no solo no tiene superpoderes, sino que a sus 30 añazos vive en la Barcelona post-olímpica con una familia y un perro ejemplarmente disfuncionales y, para colmo de males, es una ingenua de tomo y lomo. Tanto que, en su intento por hacer el bien, acaba magulla, vapuleada y, en fin, hecha unos zorros.
«En el fondo, es como todos los superhéroes, que salvan a la gente sin juzgar a nadie y sin hacerse preguntas. Ella es buena, sí, pero tanto que parece tonta», explica Laura Fernández (Terrassa, 1981), periodista y escritora que ya dio buena cuenta de su portentosa imaginación en «Bienvenidos a Welcome» y que asalta ahora las Grandes Ligas literarias con «Wendolin Kramer» (Seix Barral), una novela en la que burbujean como en una marmita repleta de peta-zeta los cómics de la Marvel, la novela de detectives, las onomatopeyas de Bukowski, los descacharrantes universos de Douglas Adams y el pop en su versión menos relamida y pelmaza.
«Para realismo ya tenemos suficiente con la vida diaria»
Delirante, en efecto, es la palabra que andan buscando.
Otros mundos, otros géneros
Explica la escritora que no le gusta el mundo en el que vive y, ni corta ni perezosa, se ha dispuesto a crear unos cuantos paralelos y alternativos en los que poder arrojar a sus personajes y verles tropezar, caer, levantarse y, finalmente, huir.
O, ya puestos, ver cómo montan una agencia de detectives en el dormitorio y viven a cuenta de los concursos de belleza que gana el perro de la familia. «Hemos creado una sociedad que en ciertos aspectos nos expulsa, por eso nos creamos un mundo propio en el que encajar. Es por eso por lo que escribo, para sentir que encajo de verdad», explica una autora que, tan devota de John Fante como de Philip K. Dick, confiesa tener vocación de «escritora de ciencia ficción». «Es un género que te permite libertad total, y yo quiero tener la sensación de que todo es posible. Además, para realismo ya tenemos suficiente con la vida diaria», apunta.
Es por eso lo que la Barcelona que aparece en «Wendolin Kramer» se parece lo justo a la Barcelona real y por lo que no sorprende que la conversación acabe vadeando orillas tan distantes como las del universo eminentemente masculino de los devoradores de cómics, la influencia indirecta de Jonathan Lethem o el reflejo involuntario que «El Quijote» proyecta sobre la novela. Sí, «El Quijote». «Él vivía creyendo que era un caballero cuando era un viejo moribundo, y Wendolin cree que es una superheroína cuando es una ingenua», sentencia.