Esperanza Ortega, diestra en la antología tras las deleitosas compilaciones de la obra de Francisco Pino, realiza ahora la suya propia bajo el título revelador de La mano sobre el papel. Sin caer en la fácil tentación de una obra reunida, la poeta palentina ha coleccionado escrupulosamente poemas de los libros Algún día (Ediciones Portuguesas, 1988), Mudanza (Ave del Paraíso, 1994), Hilo solo (Premio Gil de Biedma; Visor, 1995), Como si fuera una palabra (Lumen, 2002) y Poema de las cinco estaciones (El Gato Gris, 2006), sumándoles además otros versos últimos e inéditos. El lector ha de quedar agradecido ante la reaparición de la parte más viva de estos libros que, descatalogados o agotados, resultaban ya de difícil acceso.
El criterio de selección de la autora se percibe imprescindible, reanimando los poemas que le son más propios, aquellos de los que el paso del tiempo ha logrado extractar el difícil poso de la poesía. Con ello, el conjunto es unitario y armónico, y el libro conglomerado de otros libros se conforma como una lectura nueva en todos sus sentidos. Principia la obra una poética esclarecedora para el entendimiento de lo que después habrá de venir, y la cierra un epílogo en prosa a modo de consecuente declaración creativa. «El camino es corto, tan corto como un verso». Conforme a ello, la obra reunida de la autora, qe abarca un periodo de más de veinte años, no es objeto de sobresaltos temporales, sino coherente a sus principios que persisten fundamentales a lo largo de todo el recorrido. Es una poesía que halla la grandeza en lo mínimo pero minucioso. Cualquier ornato, tanto en el continente como en el contenido, es prescindible, embarazoso incluso para la verdad cotidiana que cada verso contiene. El milagro de esta poesía no es fruto de grandilocuencia alguna. Los temas son pequeños, meramente anecdóticos, y los tintes de lo íntimo son los únicos permitidos para dar color a lo escrito. Las reincidentes presencias de objetos rutinarios y hogareños, del hilo y aquello que entreteje, dejan vislumbrar sobre el papel una mano femenina que, por otra parte, se percibe en muchos de los sentires arrastrados entre líneas. Los habituales espacios entre estrofas, incitaciones al silencio, contienen una blancura poética sobre la que se refleja y asienta lo recién proclamado, sobre la que el lector halla lugar para el reposo de reflexiones ajenas o propias.
Creación meticulosa
Siendo una poesía casi desnuda, en la concepción juanramoniana, exhibe la constante de una creación meticulosa y de una maduración lenta, que jamás la enriquece innecesariamente sino que la dota de una compleja simplicidad. La rectitud del lenguaje constituye el cristal traslúcido que permite al lector contemplar los sentimientos guardados y conservados en cada poema, o esos secretos que todos conocemos pero de los que sólo somos capaces de percatarnos a través de la lectura poética. Pues esta pretendida sencillez en un plano inicial desciende después a otros velados pero nunca ocultos, donde una plácida ambigüedad abre resquicios a lo interpretativo y, más allá, a lo enigmático. «Allí el texto y su lector se dan de comer. Se dan de comer con los labios». En los poemas novedosos que el libro incluye, creados en los últimos cuatro años, laten las constantes anteriores, que se derraman graciosamente en el Poema de Amor y Nadie, más extenso y fabulador que todos los que le preceden.
En definitiva, Esperanza Ortega nos despliega así su delantal prodigioso para que, sin sorpresa pero con gran agrado, nuestros ojos lectores recojan «las palabras justo en el momento en que se pierden en el aire», recorriendo de nuevo estos versos valiosos de una autora que incuestionablemente también lo es.
