-Su vida no es de cuento de hadas.
-He tenido muchísima suerte. He trabajado con The Cure, icono del pop; con Dan Rather en la CBS, un periodista excelente; he bailado al lado de Manuela Carrasco. No me puedo quejar.
-Y de repente descubre que pertenece a la familia real india de Kapurthala. ¿Cree en las hadas?
-Sí. Y en el destino, que es quien manda en mi vida. Creo que hay alguien que me está cuidando.
-¿Cómo vive una princesa?
-¿Yo? Normal. Me levanto a las siete, saco a pasear a mi perro Dougall (que se cree que es humano y vive conmigo en Nueva York), desayuno tostada con tomate, jamón, aceite de oliva, café con leche, zumo... Trabajo para ganarme la vida. Económicamente, el título no me aporta nada. El Palacio de Kapurthala es del Estado. Es una escuela. Y la familia Kapurthala: médicos, abogados, políticos, militares. De la clase media, nada de gloria antigua.
-Antes de ser princesa usted bailaba flamenco mientras la ciudad de Nueva York dormía.
-En un bar que se llamaba Tapería Madrid. Dan Rather odiaba que yo bailara flamenco.
-¿Qué pasó por su mente cuando con 42 años le revelan que es nieta del maharajá de Kapurthala?
-Fue un shock.
-Se lo confiesa su madre, Zahra, antes de morir.
-En Beirut. Llorando. Fue muy duro para ella.
-¿No perdonó usted a su madre... por rabia?
-Claro, con 42 años, periodista, mi vida se pone patas arriba. Regreso a Nueva York y lo pierdo todo:mi trabajo (Rather hizo un reportaje sobre Bush hijo basado en documentos erróneos y los echaron a él y a todo el equipo; pierdo a mi madre, mi apartamento, mi marido sin trabajo... Me quedé sin nada.
-Pero tenía el título oficial de princesa.
-Lo único, ¡y por poco! Si hubiera nacido después de 1971 no tendría derecho a ser princesa.
-¿A cuánto asciende la riqueza de Kapurthala?
-No es como antes. El Gobierno de Indira Gandhi quitó a la aristocracia todas sus propiedades, bienes, dinero... hasta los títulos desde ese año 71.
-¿Le habría gustado conocer más a su madre?
-Por rechazarla perdí una vida de 35 años. Ella me dejó con 7 años, y me pesa todavía.
-¿Qué imagen le queda de su madre?
-Llorando. Maltratada emocionalmente, psíquicamente, físicamente, por mi padrastro Amwar.
-¿Vive aún ese verdugo?
-No, murió en 2007.
-¿Cómo llegó ese villano a sus vidas?
-Cuando mi madre volvió de Londres después de su aventura con el hijo [Ajit Singh] de Anita Delgado [abuela de Maha, cupletista y bailarina malagueña, que lo dejó todo para casarse en 1908 con el maharajá de Kapurthala, Jagatjit Singh] estaba embarazada de mí, soltera y con 22 años; era musulmana en los años 60. Entonces, mi abuelo materno «pagó» a ese «señor» [Amwar Akhtar], que nunca nos quiso, para que se casara con mi madre. No entiendo cómo un ser humano maltrata. Ni a la mujer sumisa. Acaban con tu autoestima. Es criminal.
-Por sus venas, sangre española, india y libanesa.
-50% libanesa, 25 india y 25 malagueña. Y estoy muy orgullosa. Y tres culturas y tres religiones: musulmana, y mi padre mitad hindú y mitad católico.
-¿Se desmoronan los viejas castillos árabes?
-Caen los dictadores porque el pueblo quiere una mejor vida, educación para sus hijos, el derecho a médicos buenos. A los americanos les descuadra que en Egipto no se hayan matado entre ellos.
-Usted ha vivido en carne propia las guerras de Bosnia, Kuwait, Irak; estuvo en Calcuta cuando murió Madre Teresa; en la visita del Papa a Cuba... ¿Qué vio allí que jamás pensó que vería?
-Muerte, desolación, misería, llanto... Jamás olvidaré un campo de refugiados en Beirut. Vi a un padre con su hijo de 7 años en los brazos, muerto. La sangre le salía a borbotones. Y la mirada del padre clavada en el cielo preguntando: ¿por qué? Desgraciadamente, las guerras las pagan siempre los mismos, los santos inocentes.