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Tres zarpazos para cazar un león

El Madrid aprovecha su pegada para tumbar al Lyon y llegar a cuartos en un partido tenso, con poco fútbol y marcado por las estrellas blancas

Día 17/03/2011

Cristiano no estaba para casi nada: no podía arrancar en explosividad, ni saltar, ni tirar con confianza, el músculo atento, presto a romperse, al cincuenta por ciento de lo que debería ser. ¿Por qué sacarlo entonces? Para eso, para que le llegue un balón en la frontal, haga un amago, esconda la intención, despiste a media Francia y se la deje en el sitio exacto, en el momento preciso y con la cadencia oportuna a Marcelo, que acabó la conexión con un muletazo maestro, de estos que solo da la sangre brasileña. Ni el formidable Lloris, ese del que dicen que es el sustituto de Casillas en el panorama mundial (y con razón), pudo atajarlo.

Por eso, por estas cosas, Florentino se gastó medio patrimonio en el luso, para que llegue donde ayer no llegaba el juego, que fue más del Lyon. El Madrid se extravió en el sendero de los fantasmas de antaño, en esa maldición de seis años, en el recuerdo que pesaba y creaba dudas. ¿Voy, me quedo, a medias...? Las urgencias les comieron la calma y la serenidad suficiente para ver lo que requería el partido: toque en el medio campo, enlazar, juntar líneas y con paciencia esperar un hueco, un resquicio para meter la daga dañina.

El Olympique es un mal cliente, de toda la vida. No da nada, ni siquiera prestigio cuando se le gana, y crea mil dolores de cabeza. Tiene jugadores sin nombre, pero con mucho fútbol en sus botas. Tanto, que en algún momento el pajarito disparó a las escopetas, tocando, trazando caminos hacia Casillas, que no pasó una noche agradable.

El Madrid se quedó sin balón, superado el medio campo, que sufre una enormidad cuando Xabi Alonso se aleja de la jerarquía del juego. En su caída, el de Tolosa arrastra a todos, incluso a Ozil y Di María, que entran poco en contacto con el balón. Los blancos pues sufrieron sin poder entrar en el campo del rival, sin presionarle, sin acogotarle hasta extremos asfixiantes, que es lo que se espera de un partido así.

Pero el Madrid tiene algo que no posee el Olympique: estrellas, gente que saca oro de una mina seca. Por ahí apareció la complicidad que tienen Marcelo y Cristiano. El portugués, lastrado todo el partido, sacó la varita mágica y se inventó medio gol para que su amigo certificara el otro medio. Más duro para los galos, más sencillo para los blancos, que habían dejado muchas dudas, pero que las habían despejado de un manotazo con esa piedra de granito que tienen, una pegada de mula que hizo tambalearse a los franceses, correctos, exquisitos y apoyados en un formidable Lloris, pero sin ese puño de hierro que exhibe el Madrid.

En lo que quedaba de partido se esperaba un drama: el Olympique volcado y el Madrid con el cuchillo entre los dientes, pero quiá, nada de eso. El Madrid jugó a lo Mourinho, durmió el balón de tal manera que no pasaba nada, nada de nada, presión, imprecisión en el pase, desaparición total de la fantasía y todo el tiempo del mundo para los dragaminas.

Rápido desenlace

El partido se durmió así, sin más, en el aburrimiento de la falta de fútbol. Pero algo se barruntaba por debajo, una especie de gruñido sordo y quedo, muy peligroso, un rugido teñido de blanco. Con todos sesteando, de repente apareció Benzema como una bala, aprovechó la almohada de la zaga francesa e irrumpió como un rayo para meter un zarpazo que se llevó media cara gala. Así, sin avisar, sin apenas una palabra ni una señal. El Lyon estaba en la lona y nadie sabía cómo había sido.

Fue el fin de la historia porque los franceses ya no se levantaron. Fueron arriba sin fe y bajaron con menos fe aún. El Madrid ya le pilló a la contra y le metió manos una detrás de otra, con garras afiladas le puso la cara como un mapa y le desmadejó, pasándole facturas pasada.

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