Castilla y León

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El sol naciente sale en Valladolid

El Convento de los Filipinos fue la principal entrada en España de miles de objetos de arte del Japón entre los siglos XVII y XX. Hoy forman un museo único

Día 21/03/2011

Estos días Japón ocupa la primera plana informativa tras los devastadores terremoto y tsunami del 11 de marzo y los posteriores daños en las centrales nucleares. La contemporánea transparencia, sin embargo, fue completamente opaca entre 1614 y 1868, cuando Japón cerró sus fronteras al mundo exterior. Únicamente una isla de la bahía de Nagasaki tenía permiso para recibir un barco holandés una vez al año, intercambiando mercancías. Pero su huella no dejó de expandirse por el mundo a pesar de la voluntad de aislamiento por parte de los poderes militar y religioso.

Antes de ese portazo, en 1549 llegaba al archipiélago japonés el jesuita Francisco Javier. Tras él arribaron misioneros españoles que junto a comerciantes, como el abulense Bernardino de Ávila, —residente en el país del sol naciente entre 1594 y 1614 y autor de «Relación del Reino de Nippon»—, no sólo se esforzaron por llevar el Evangelio a los habitantes de las islas del lejano oriente sino que asumieron su cultura y tradiciones.

Curiosamente la puerta de entrada de obras de artes y mercancías japonesas a España fue Valladolid. La razón hay que buscarla en la iniciativa de la Orden de San Agustín, que asentada en Filipinas y China tras la expulsión de los cristianos del país nipón, decidió formar religiosos en España para sus misiones en Asia. Con el apoyo regio de Felipe V en 1743 se erigió en la capital castellana el centro de formación de misioneros.

Años antes, los religiosos y japoneses cristianos expulsados habían arribado a Filipinas y otras plazas agustinas con ropajes, armas, cerámicas, objetos cotidianos o grabados del país. Con la constitución del Convento de San Agustín, miles de piezas, junto a otras de China y Filipinas, llegaron a Valladolid no tanto por su valor cultural como «para que los futuros misioneros se fuesen habituando a las costumbres con las que se iban a encontrar». Quien apunta el matiz es el responsable del Museo Oriental de Valladolid, Blas Sierra de la Calle, emplazado en el convento de San Agustín, conocido como los Filipinos.

Este museo es el más completo de España en arte oriental. Cuatro de sus salas están dedicadas a Japón, presentando desde obras de arte, pasando por jarrones y cerámicas hasta catanas o kimonos y fotografías. Abarca un periodo que va del siglo XVII a principios del XX. Además, el museo realiza una labor investigadora con diversas publicaciones, que en algún caso son referencias incluso en Japón. De la importancia de este centro cultural dio cuenta el mismo Gobierno japonés en 2008 con la concesión a su director de la Orden del Sol Naciente con rayos de oro y plata. Anteriormente, en 1980 Sus Majestades los Reyes inauguraron una remodelación de las salas expositivas.

Resurgir de la vida

Para Blas Sierra de la Calle muchos de las obras de arte y objetos reunidos en el museo reflejan perfectamente el carácter de los japoneses, que estos días están dando un magnífico ejemplo al mundo. Así se comprueba en un grabado y un kimono decorados con imágenes de ciruelos y cerezos, aparentemente secos, pero en flor: «Esa imagen tiene mucha importancia para los japoneses, más ahora que se presenta ante sí un enorme reto, pero del que saben que van a resurgir como la vida renace tras el invierno», indica Sierra de la Calle.

En estas salas también hay reflejos de las influencias foráneas en el arte nipón. El director del museo pone como ejemplo dos armaduras de samuráis, sacadas de las islas en el siglo XVII por dos japoneses convertidos al Cristianismo, y en las que un casco imita la forma de los que portaban los soldados españoles. Además, al igual que Grecia marcó el canon occidental, China lo hizo en Asía, aunque «fueron los japoneses los que mejoraron el modelo». Y precisamente ese perfeccionamiento es lo que, una vez abiertas las fronteras al comerciar con todo el mundo, exportó Japón. Así se puede comprobar en la colección de cerámicas y platos del Museo Oriental de Valladolid, de exquisita elaboración y realizada ex profeso para vender a los extranjeros. Siglo y medio después, ahora esas piezas son codiciadas por los japoneses, que las vendían como bagatelas.

Aunque pudiera pensarse que es una colección estática —de hecho sus fondos giran por toda España y fuera— en realidad sigue aumentando por dos vías: donaciones, al ser un referente internacional, y con compras, como la reciente de una colección de fotografías del siglo XIX, donde se representan los prototipos japoneses, sus ciudades y paisajes. De hecho, su catálogo, realizado por el Museo, es un referente en el mismo Japón.

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