José Miguel Fernández Sastrón sabe que se enfrenta a una campaña intensa. Cuando hace dos años levanto su voz crítica, contra él se empleó todo tipo de munición, incluso se le reprochó su matrimonio con Simoneta Gómez-Acebo. No es la primera vez que Bautista ve crecer una candidatura que apunta a su jubilación, pero sí es la primera vez que la contienda sucede con la SGAE tan dañada en su imagen.
Sastrón quiere «tender puentes con la sociedad. Yo no creo en los pleitos, sino en los acuerdos», dice, porque así se construirá el modelo de negocio. ¿No teme al tsunami digital? «Vivimos un momento de transición a otro mercado, pero en la música y en otras industrias culturales, esa transición la está pagando el autor. Creo que esto hay que decirlo y reclamarlo a la sociedad. La transición es necesaria y será imparable, por eso no temo al tsunami —todos somos internautas—, sino que quiero ayudar a encauzarlo. Pero no es justo que mientras se pasa de un modelo a otro el único que no ha percibido nada y está desprotegido es el autor». Mientras operadores y fabricantes ganan dinero, opina que «la ley Sinde tutela al autor esa transición, y será temporal, porque el mercado acabará regulándose solo».
Proyecto desmesurado
En cuanto a la red mundial de teatros, Arteria —el proyecto estrella de Teddy Bautista, que la crisis ha puesto en entredicho, y que es la principal discrepancia en estas elecciones—, la critica porque «se ha convertido en la única política cultural exclusiva y eso es un error. En origen, era una iniciativa más dentro de la política de SGAE y me parecía bien. Además, ha llegado una situación económica difícil y Arteria hoy es un endeudamiento enorme de SGAE que no revierte en los socios, no es interesante, y tiene un coste muy alto».
—En eso no le han hecho caso, como en la transparencia...
—Arteria va a dar problemas: lo dije en la junta, lo dije en la asamblea y no me cansaré de decirlo. Arteria en Valencia con Berklee, la sede de Boadilla del Monte... Todo eso ha desaparecido, con alto coste para los autores. Cualquier gestor tendría difícil anunciar unos proyectos fallidos y con coste alto para los accionistas.
En su lugar propone usar los fondos culturales (dinero que no se puede repartir, que es para promoción) de otro modo: «No quiero comprar un teatro, inmovilizando los fondos de un año, que a fin de cuentas me da 1.500 localidades, si puedo buscar apoyos y acuerdos con teatros privados y públicos, con ayuntamientos, que tampoco son el enemigo. Me interesa ayudar a todo aquel que invierte en cultura. Invertir en cultura implica dar trabajo a los autores, que es a los que yo me debo».
Tiene claro que en los próximos años se definirá el futuro del negocio. «Yo no veo en SGAE una dinámica en pro de ese nuevo modelo. Tiene una estructura del siglo pasado, que no da el valor debido a lo audiovisual».






