Íker se mostraba ayer más nervioso que de costumbre antes de salir de casa con su padre para ir a ver al Rayo. Cosquilleo en el estómago no sólo por la visita del Betis, rival directo por el ascenso a Primera, sino porque a sus ocho años, seis de ellos ya como socio, iba a ver poder observar por primera vez a sus ídolos en el césped sin el obstáculo de la valla que hasta el anterior partido rodeaba el césped del Teresa Rivero, último campo de España que conservaba este vestigio del siglo XX.
Después de una espera casi eterna, el deseo de la afición franjirroja se vio por fin cumplido. A pesar de que la FIFA apostara en 1985 (tras la muerte de 39 personas en Heysel) por la retirada de las vallas, el club madrileño jugó anoche su primer partido en 34 años sin la presencia de unas alambradas que comenzaron a echar raíces en Vallecas el 1 de julio de 1977.
Después de aquella trágica final de la Copa de Europa, donde se convirtieron en trampa mortal, las verjas fueron desapareciendo paulatinamente de los estadios españoles, con la excepción del Teresa Rivero, que alcanzó el siglo XXI como único estadio del fútbol profesional con ellas en pie. Y ello a pesar de los esfuerzos de la afición por acabar con esa imagen del pasado. Desde su instalación, la valla siempre fue motivo de protesta para la parroquia franjirroja, que convirtió su demanda casi en un asunto de Estado. «Estábamos enjaulados, ahora somos libres», afirmó a ABC Miguel Ángel San Martín, de la Peña Cota, una de las más representativas de la entidad.
«Ahora somos como todos»
«Ya somos como los demás clubes, ni más ni menos». Francisco Peco, ex presidente de la Federación de Peñas, que luchó sin éxito durante años contra lo que consideraba una «discriminación» a su equipo, respira ahora más tranquilo. Fundador hace 39 años de la Peña El Cencerro, repasaba con un grupo de rayistas los motivos por los que ha costado tanto quitar la dichosa verja. «El estadio es propiedad de la Comunidad de Madrid y el Rayo juega como alquilado, pero no se ponían de acuerdo en quién debía pagar la reforma».
Finalmente ha sido el Gobierno de Esperanza Aguirre el que ha asumido los 18.000 euros que ha costado el derribo y ha posibilitado que el sueño eterno sea ahora una realidad. «Pero había otro motivo para que hayamos estado 34 años enjaulados», añadía torciendo el gesto mientras aplaudía la retirada de sus jugadores hacia el túnel de vestuarios. El club argumentaba que el anterior coordinador de seguridad no terminaba nunca de redactar el informe favorable a la retirada. «Pero yo creo que el meollo era económico. Nuestra afición es pacífica, pese a la imagen que se ha dado de ella al estar siempre enjaulada», dice Pecos.
Vinculado toda su vida con el Rayo, echaba la vista atrás y no se mordía la lengua al lanzar una chinita al club. «La Comunidad daba un dinero para mantenimiento y reformas, y quería que con esa ayuda se pagara la retirada de la alambrada, pero el club reclamaba unos euros extra para las obras. Como no se ponían de acuerdo —continúa mientras sus compañeros de grada escuchan con atención— la excusa era hablar de informes policiales».
Nuevas preocupaciones
Peco y San Martín no eran los únicos que hablaban ayer de la desaparecida valla, a pesar de que ahora la situación económica y la posible venta del Rayo se han convertido en nuevos motivos de desvelo para la afición vallecana. En un domingo con aroma a partido grande —el liderato de Segunda división estaba en juego— , otro grupo de socios veteranos se refería a la barandilla que ahora ocupa el lugar donde antes apenas se mantenía ya recta la valla oxidada que separaba a los aficionados de los futbolistas. «Estamos más seguros. Si ocurre una desgracia y se produce una avalancha ya no acabaremos aplastados contra una valla», comentaba a sus amigos uno de los seguidores. «Por fin», respondió otro.






