Cuando Niki Lauda habla, la rotundidad de su alocución se expande por la estancia. El auditorio escucha con un respeto reverencial, casi genuflexo, mientras la leyenda de la Fórmula 1 diserta sobre el incremento del precio del petróleo, la intervención europea en Libia, la pésima salud de la economía española o el rumbo que han adoptado los gobiernos mediterráneos respecto a la crisis. No se trata de una opinión gratuita por ser vos quien sois, sino de un análisis con propiedad de alguien que conoce la materia. Niki Lauda, tres veces campeón del mundo de F-1, dirige una compañía de aviación de bajo coste (FlyNiki) y se ha asociado a uno de los gigantes del sector, Air Berlín. La semana pasada estuvo en Madrid y dejó su impronta.
Su aspecto desaliñado no se corresponde con el pedigrí de su historia. Viste tejanos desgastados, camisa celeste, jersey verde y chaqueta beige en la cita madrileña. Se cubre con una gorra negra provista de publicidad las secuelas del terrible accidente que casi lo calcina en 1976. Su tono es germánico, de una elocuencia extrema y severa sonoridad en el timbre.
«Anteayer en Melbourne, ayer en Viena, hoy en Madrid. También así era mi vida de piloto», cuenta con firmeza y en frases cortas uno de los mitos del automovilismo de los años setenta y ochenta, cuando la Fórmula 1 era un terreno inexplorado para los españoles.
Su actual compañía comenzó a operar en noviembre de 2003 con base operativa en Viena y destinos en Europa, sobre todo Grecia y España, particularmente Palma de Mallorca. 197 personas trabajan para el ex piloto, accionista mayoritario de FlyNiki.
«El año ha sido terrible para las compañías aéreas. La nieve, la nube volcánica y las huelgas de controladores han hecho que 2010 sea un año muy difícil para la aviación», explica el ex piloto mientras se intuye que ríe. Los gestos en su cara apenas se adivinan. Hace 35 años que su Ferrari se incendió en Nurburgring y le desfiguró la cara. Estuvo al borde de la muerte y un sacerdote le administró la extremaunción en el hospital del circuito. Reapareció seis semanas más tarde y desde entonces, siempre calza una gorra.
«Todo lo que ha sucedido con Libia son decisiones políticas, obviamente —dice el ex piloto austriaco—. Y los gobiernos europeos no deben obsesionarse sólo con el tema del petróleo. Francia, España, Italia y tantos otros países europeos tienen que fomentar el empleo, activar la economía. Es el momento de trabajar duro, no de buscar atajos. Es un ejemplo simple: si la gente no vuela, si no se fomenta el turismo, vuestro país tendrá menos dinero».
Lauda fue un gran piloto, pero el tiempo dice que también ha sido un gran empresario. ¿De dónde viene su afición a los aviones?, se le pregunta. Y responde con el carácter cartesiano de los germanos: «En 1977 pensé que empleaba demasiado tiempo en hacer viajes complicados por todo el mundo. Quería trayectos más cortos y no vuelos comerciales. Y por eso fundé mi propia compañía». Propietario y comandante, todo en uno, Lauda pilota sus propias aeronaves.
Sigue enganchado a la F-1 —«el único deporte que me gusta junto al esquí»— a través de su faceta de comentarista de la televisión alemana. «El Red Bull de Vettel es mucho más rápido que el resto y Ferrari no tiene la velocidad necesaria. Tienen mucho que mejorar y creo que lo harán cuando la competición vuelva a Europa».
En el recuerdo se han grabado sus duelos dialécticos con Alonso a través de los medios. Él lo niega. «No he tenido ningún problema con Fernando. Sólo dije una vez algo que no pareció bien de su comportamiento cuando estuvo en McLaren. Pero no he polemizado con él en absoluto. Me parece el mejor piloto de la parrilla», cuenta, de promoción como está en Madrid.