Madrid

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De la plaza Tahrir a la calle Libertad

Danza del vientre, espiritualidad y lucha se mezclan en el legado de Fathy Andrawis, bailarín y coreógrafo egipcio

Día 12/04/2011 - 13.54h

Existe un lugar en Madrid que esconde la vida de un hombre que atravesó las barreras de Egipto buscando la libertad. En un momento en el que las revoluciones del mundo árabe están en boca de todos, cabría pensar que se trata de una de las muchas personas que han luchado en la Plaza Tahrir, pero su historia se remonta casi tres décadas en el tiempo. «Libertad» se llama la calle en la que se ubica hoy su legado, su familia y su pasión: la danza oriental. Fathy Andrawis fue un hombre culto y místico, adelantado a su tiempo, que salió de su tierra en un éxodo hacia la inspiración y la paz, huyendo de las cadenas que le impedían desarrollar su arte.

Agobiado por tener que justificar su actividad, encontró la tranquilidad en España hace treinta años y fundó en Madrid, en 1995, El Karnak, la primera academia de danza oriental por la que han pasado más de dieciséis mil alumnos. En Egipto nunca fue popular por ser cristiano copto. Heredó a través de la tradición oral toda la sabiduría faraónica de sus antepasados que, tras su muerte hace doce años, fue recogida por su hija Yasmina y por Techi, su mujer. Sus vidas, profundamente unidas, forman una familia al margen de convencionalismos y fronteras, con una proyección casi universal. Para sus amigos y sus familiares en El Cairo su caso siempre ha sido una fuente de esperanza.

Aunque su nacionalidad siempre fue egipcia, Fathy Andrawis nació casualmente en Sudán, mientras su padre trabajaba para una compañía inglesa en la construcción del ferrocarril. Recibió de su madre una educación francesa que, según su mujer, le hizo ser curioso y abrir su mente a otras realidades. Viajó por medio mundo exhibiendo en teatros y palacios la danza oriental con un rigor propio de un ritual sagrado. Él siempre quiso que la mujer lograra tener confianza y seguridad en sí misma gracias al baile: «La mujer debe bailar como una "reina" y no como una esclava del sexo», escribió en sus memorias. Encontró el amor en una paraguaya llamada Techi León y juntos engendraron a Yasmina, que nació en España. El árbol genealógico de esta familia presenta un crisol de culturas que pasa por tres continentes distintos: África, América y Europa.

Una huida hacia adelante

«Abandonar la tierra que le vio crecer fue un trago amargo que Fathy siempre tuvo en la garganta. Amaba profundamente a Egipto, pero tenía una mente universal», explica su hija. Considerado como «Excelencia artística» —cargo honorífico que otorgaba el estado egipcio a los artistas que mejor representaban el folklore egipcio—, fue director del Grupo Folclórico Nacional y consejero del Instituto Superior de Danza, entre otros muchos cargos. Su condición de cristiano copto supuso una barrera insalvable para subir más en el escalafón de la danza y desarrollar su arte libremente. Ahora que muchos celebran el triunfo de la revolución de la plaza de Tahrir, su mujer recuerda sus palabras: «El tiempo va en nuestra contra».

Yasmina tiene 32 años. Afirma no formar parte del mundo árabe aunque se siente profundamente ligada a él. Minutos antes de que muriera su padre, fue nombrada por él heredera de su academia y de sus funciones como maestro. «Nunca he vivido en Egipto, sólo he estado allí de vacaciones», afirma. Es cristiana copta, como su padre, por el que además de tener un profundo respeto siente una gran admiración. Una muestra de ello es que su hijo de dos años lleva el nombre de su abuelo. De él dice haber aprendido a bailar contando historias, mostrando la belleza y el respeto hacia el ser humano. Yasmina explica que su padre «huyó hacia adelante» porque los valores culturales y morales en Egipto se habían politizado. Y su madre matiza: «Aun así, Egipto es para nosotras el país árabe de referencia. Pero existen ciertos condicionamientos que impiden que las cosas se desarrollen de una forma natural. La danza sólo es un ejemplo».

Fathy sintió «zancadilleados», como muchos de sus compatriotas, algunos de sus sueños. Yasmina cuenta que su padre amaba al ser humano por encima de todo y que nunca usó la religión como un argumento para querer a nadie. «Fathy apreciaba a sus “hermanos musulmanes” tanto como ellos a él. Los problemas religiosos allí se mueven en unas esferas muy distintas a la “intimidad” del barrio. Sólo el radicalismo enturbió la paz en Egipto», explica su mujer.

La danza como metáfora

Egipto vive hoy un momento en el que el éxito y la alegría se unen a la esperanza por vivir un tiempo mejor que el pasado. Yasmina se alegra del triunfo de la revolución egipcia y afirma: «Internet y los jóvenes son muy importantes para la democracia». Ahora en Madrid, a cuatro mil kilómetros de la plaza de Tahrir, se recuerda la historia de uno de sus hombres.

«Él hubiera dicho que ahora hay que entrenar duro para no olvidar que antes de ser una “reina” de la danza se es una aprendiz. Egipto debe ser cauteloso en sus pasos hacia su futuro democrático, como una bailarina», explica Techi. Su mujer y su hija coinciden en que Fathy siempre explicaba todo usando la danza como una metáfora de algo que, casualmente, lleva el mismo nombre que la calle en la que se encuentra su legado: «Libertad».

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