El desencanto de la última época del Madrid, como las lesiones del fútbol a partir de los 40, nace de un desajuste entre la memoria y las posibilidades que deja la realidad. Se rompen las fibras en un regate que se ha imaginado como otros muchos del patio del colegio, del mismo modo que se rasga la felicidad de los blancos cuando se chocan con la brillante realidad del Barcelona. Por no tener en cuenta esa trampa de la memoria, tan peligrosa para la salud y el orgullo.
Sale el Madrid a esperar al Barcelona en una emboscada de desfiladero, esa antigua táctica del débil sin rifle de repetición, y el disgusto asalta a los que más recuerdan aquellos fulgurantes asaltos que llenaron vitrinas. El miedo cayendo rostro abajo de los contrarios.
Quizá haya que pensar si lo contrario de una cosa, de ese recuerdo, no es también esa cosa. Si el reverso de un Madrid dominador y dueño de los tiempos y las jerarquías no será también el Madrid, rebuscándose en los bolsillos guijarros con los que acertarle a los otros desde lo alto del risco.
Así se aguanta también el fútbol de después de los 40, encontrando un modo de avanzar en el reverso del recuerdo del patio de colegio, en el mejor desciframiento del rival, que también sufre algo de desconcierto. Como el Barcelona atacando a un enemigo al que se había acostumbrado a mirar más de frente. También cierto desajuste ahí con los recuerdos.
Pero no resulta sencillo escapar al desencanto provocado por las trampas de la memoria, que solo se entiende consigo misma. La dificultad del atolladero sentimental del Madrid está en que la salida pueden mostrarla solo nuevos recuerdos que puedan brillar como los antiguos.
Sin embargo, sucede que los que sirven para este caso, viven en la victoria, en el éxito del asalto al desfiladero, algo que ha vuelto a no suceder. Por lo que no ha dejado de latir el desencanto.






