«Visto a la Virgen con el amor de un mariano hasta la médula»

El arte de la pasión.. Carrera Iglesias, Paquili, nació en la casa materna del sevillano barrio del Cerro del Águila, donde el artista tiene una calle con su nombre. «Un barrio obrero de gente curtida y endurecida por la vida que no puede contener las lágrimas ante el paso de la Virgen. Y eso me puede. Es el gran milagro de la Semana Santa». En su taller de San Isidoro (carreraiglesias.es) hoy se bordan ajuares cofradieros, pero de las manos del maestro también han salido colecciones para Loewe y trajes de novia para Vitorio&Lucchino. Es el esplendor sin límites del arte del bordado en oro.

-Si me lo permite, le llamaré Paquili.

-Si me dice Francisco no sé quién soy.

-Paquili lo ha sido todo en la Semana Santa: costalero, bordador, vestidor...

-Pero yo nunca me propuse ser nada. Mi familia es católica y yo también, y aquí en Sevilla hay una connotación especial, que es la religiosidad popular. Vivimos nuestra fe sobre todo a través de la devoción que le tenemos a una imagen, en mi caso a mi Virgen de los Dolores de mi barrio del Cerro del Águila, que ha sido y es la columna vertebral de mi vida y de mi historia. Yo nunca me propuse más que trabajar para engrandecer la devoción a mi Virgen y, a través de mi Hermandad, por mi barrio.

-Paquili, además, es un hijo y dos madres.

-Mis dos pasiones, el verdadero sentido de mi vida: una, la que me concibió en la Tierra; y otra, que la tiene ahora protegida a ella y que me protege a mí.

-Llevaba el destino en el apellido: Carrera Iglesias.

-(Se ríe) ¿Sabe que eso se dice mucho? Y es cierto, porque tengo tíos que se dedicaban a la artesanía del dorado, que pintaban; pero al bordado, nadie.

-¿Su primera bordadura?

-Una saya de tisú de plata para mi Virgen de los Dolores del Cerro. Empecé a bordar por devoción. Mi Hermandad en aquellos tiempos no tenía medios económicos, y me puse a trabajar para hacerle ropa gratis a mi Virgen. Tuve la gran suerte de conocer a Fidela Velázquez, mi maestra, oficiala jubilada de Padilla, y por las tardes me iba a su casa, donde con mucha paciencia intentaba transmitirme todo lo que sabía. Luego, por circunstancias de la vida, en 1982 me quedo en paro y decido abrir mi propio taller de bordados, que es realmente lo que me gustaba. Casi treinta años después puedo decir que no me ha ido mal.

-¿El secreto del bordado?

-Conocer la profesión de la mano de alguien que te la quiera enseñar, capacidad para el dibujo, paciencia y honestidad. Y añadiría capacidad de superación y afán por descubrir.

-Recuperó la toca de rombos para La Macarena. Un hito del arte cofradiero.

-Ya le digo que he tenido mucha suerte. Tuve la fortuna de desarrollar algo histórico que había desaparecido y que la Hermandad confiara en mí para ello. Ha sido mi mayor reto por su complejidad. Durante año y medio estudiamos la documentación sobre la toca de Rodríguez Ojeda, la primera para una Dolorosa que se recuerda en Sevilla, y la recuperamos en un 95%, que es la foto por antonomasia de La Macarena, la de los azulejos, y lo que yo digo siempre: ¿quién no ha tenido una lata de membrillo con la tapadera de la Virgen, el manto de malla y la toca de rombos?

-Las cose y las viste. Vistió por primera vez a la titular del Cerro del Águila en 1974.

-Lo tengo grabado. Entonces la vestía Emilio, al que habían trasladado a Madrid, y el pobre venía cuando podía. Yo, que iba mucho a la iglesia, veía que la Virgen se tiraba muchos meses sin cambiar y le dije a una amiga que quería aprender a vestirla. Me presentó a Emilio, que ese día la vestía para el besamanos. Me invitó y me dejó que lo hiciera yo asesorado por él. Cuánta emoción. ¡Pero si yo era prácticamente un zagalón y mi madre vino a las diez de la noche a buscarme, que mi padre decía que ya era hora de ir a casa!

-Luego, ha vestido a otras.

-Pero no es mi profesión. Visto a mi Virgen desde hace casi 38 años y a otras titulares, como la de la Hermandad de los Estudiantes de Madrid, o en Huelva, pero por una amistad muy particular.

-Hábleme de esa liturgia.

-De la ropa interior o enaguas se encargan las camareras. Luego, yo paso y empiezo por ponerle la saya, vestido bordado o liso; los manguitos de los brazos, luego el corpiño, las mangas, la falda y el cinturón. Después, el tocado o rostrillo, de blonda, mantilla u otro tejido, al que doy forma con alfileres. Por último, el manto, la corona y los aderezos de ajuar. Y en todo eso pongo el amor de un mariano hasta la médula.

-Y de un maestro.

-Solo se es maestro al morir, que se deja de aprender.