Detrás de la bronca, de un partido que transcurrió de tangana en tangana, de una imagen macarra protagonizada por los jugadores de ambos equipos, de una proyección violenta en un encuentro que llegaba a los hogares de todo el planeta, de un árbitro cuestionado incluso antes de tomar una sola decisión, surgió la luz. La única verdad que decreta el fútbol: el talento para plasmar lo que es imposible para los mortales. Leo Messi.
Venía la semifinal clavada en una estaca incandescente, partido permisivo con licencia para todo después de haberse incendiado en los micrófonos y en el clima violento que lo precedió. Y pendía la amenaza de acabar según los cánones dictados: repleto de rojas, trifulcas y el riesgo de que el venerable Herrerín aterrizase otra vez en el piso.
Fue entonces cuando apareció el fútbol. Messi, que había perdido los papeles en el partido de Liga al lanzar un pelotazo a la grada con muy mala baba, abrió el tarro y se clausuró el combate de boxeo. El primer gol, el que hizo palidecer al Bernabéu, fue un golpe de astuto ratón, siempre hábil para entender la jugada del compañero. El segundo fue la obra de arte de la noche.
Una obra de arte
Messi pinta trazos que sólo él y los aficionados imaginan. Jugadas con las que se sueña de niño. La pared con Busquets en tres cuartos de cancha que desborda a Lass, la finta en carrera frente a Albiol, la carrera meteórica ante Ramos, la cobertura inalcanzable para Marcelo y el toque suave, sutil contra el mejor portero del mundo, Íker Casillas.
Un gol para siempre, el detalle siempre vivo en las videotecas, premisa para las comparaciones con los más grandes. Messi volvió a emular a Maradona, al que la memoria recuerda en aquel partido del Bernabéu en el que juntó voluntades rivales para proclamar que allí estaba el mejor jugador del mundo.
Aquel gol con finta espectacular a Juan José, el barbudo Sandokán que dio con sus testículos en un poste. Messi, que marcó aquel gol contra el Getafe en simetría con el tanto de Maradona frente a Argentina, lo volvió a hacer. Lleva 11 dianas este año en la Liga de Campeones, a una del mejor registro histórico (12 de Van Nistelrooy).
«Tenemos suerte de estar con Messi —lo elogió Guardiola—. No es la primera vez que lo hace. Con 23 años se ha convertido en el tercer máximo goleador del Barcelona. Es una barbaridad, eso es lo bonito de nuestro fútbol y nuestro juego».
