Listo. Inteligente. Guardiola obtuvo lo que deseaba. La presión realizada el pasado domingo impidió que el portugués Proença arbitrara el partido de ida y la designación del alemán Stark provocó un escándalo que se cargó la semifinal. El entrenador azulgrana hizo la jugada perfecta antes del enfrentamiento y todo le salió bien. Contra diez, el Barcelona, por fin, pudo ganar al Real Madrid. Era la única manera. Un resbalón de Marcelo abrió el camino del triunfo. Y un colegiado nefasto.
La crítica para cambiar de juez de la contienda fue el comienzo del éxito azulgrana. No le importó a Pep que Proença hubiera expulsado a Mourinho dos veces cuando era técnico del Oporto. Lo que el preparador catalán pretendía era calentar la situación. Lo consiguió. El elegido fue Stark, y en efecto, el germano era, es y será toda una estrella. Volvió a cebarse con el Real Madrid. Ya dejó sin sancionar un penalti a favor de los madridistas en el encuentro de octavos de final ante el Lyon. No castigó unas manos dentro del área en un disparo de Cristiano. Ayer fue peor. Dejó a los blancos con diez hombres, echó también a Mourinho y destrozó un bonito duelo, no por el fútbol, sino por las tácticas.
Otra vez diez contra once
El Madrid, una vez más, finalizaba con un hombre menos frente al máximo rival. En inferioridad numérica y en inferioridad ante el colegiado. Wolfgang Stark expulsó a Pepe por una entrada a Alves que, como mucho, era de amarilla. Todo el mundo se sorprendió. Era una jugada tan dura como normal. Mourinho protestó desde lejos. Puyol habló con él en la banda, abrazados, como amigos. Y cuando Stark se acercó, el entrenador luso le hizo un gesto irónico de aplaudir su decisión y el juez le mostró igualmente la cartulina roja. La semifinal se quedaba coja por un señor al que le vienen grandes estos partidos. Demasiado para él.
Pinto agredió a Arbeloa
Las dos expulsiones dejaron en segundo plano la que Pinto sufrió en el descanso. Estaba justificada. El guardameta suplente del Barcelona agredió a Arbeloa cuando finalizó el primer tiempo, antes de bajar por el túnel de vestuarios. Se marchó a por Álvaro nada más señalarse el intermedio. Se encaró con el defensa por su táctica de frenar a los rivales «sin balón» cuando inician el contragolpe. Le culpó de un golpe «a Pedro sin balón». Perdió los nervios. Y el colegiado, por una vez, acertó. Pero el suceso alimentó su pérdida de papeles.
La acción del portero azulgrana era un hecho que definía una brusquedad dentro y fuera del campo que al final pagó Pepe. El señor Stark se marchó a la caseta con la intención de cortar por lo sano. El incidente de un suplente le puso en guardia. El partido se le iba de las manos. Un jugador que no estaba en el campo se tomaba la justicia por su mano y eso le hacía presagiar lo peor.
El incidente provocó una tangana que no pasó a mayores. El que pasó a mayores fue el árbitro. Volvió al campo preparado para ponerse duro y la entrada de Pepe le valió para enseñar una cartulina roja que desequilibraba el duelo y la semifinal. La expulsión del futbolista comodín de Mourinho era la clave del encuentro. Volvió a ejercer de guardián privado de Xavi. No le dejó respirar. Estuvo sensacional.
Frenado el director del Barcelona, el técnico madridista sacó a Adebayor y su equipo comenzó a atacar. Pero Stark se convirtió en estrella. Echó al jugador decisivo. Adiós partido. Y Messi, contra diez, sentenció. Para colmo, Ramos, amonestado, tampoco jugará la vuelta.







