Cuentan los veteranos de Valdebebas que, no hace mucho, formular una pregunta a Mourinho era como cruzar los muslos con los pitones de un miura. Algo debe de haber cambiado porque en la atmósfera de las ruedas de prensa del portugués ya no transpira ese miedo escénico. El entrenador del Madrid trae el discurso aprendido y lo suelta en el primer envite, sea cual sea la curiosidad periodística. Ayer su foco fueron las imágenes que circularon por internet en las que, supuestamente, se aprecia que Pepe no toca a Alves en la dichosa tarjeta roja. Mourinho no quería hablar de nada más y, en su papel plenipotenciario en el Madrid, lo volvió a conseguir. No hubo réplica del técnico a la demanda de sanción planteada por el Barcelona ante la UEFA y tampoco al expediente que le ha abierto este organismo. Pero sí esa fina sutileza que destila en cada alocución. Deslizó limpieza, moralidad y principios.
afp
Mourinho ejerce su voluntad con mano de hierro. Si no quiere montar el cisco, lo advierte a la primera y no hay más que hablar. «Una imagen vale más que mil palabras. Después de que tantas imágenes hayan dado la vuelta al mundo, no hay más que decir. Lo que dije, dicho está. Quien critica mis palabras está criticando las imágenes, como si fueran un photoshop (el programa que redefine las imágenes) o un montaje de vídeo».
Casi a la misma hora que Ramón Calderón, el antiguo presidente del club, decía en los desayunos de Europa Press que «Mourinho es el dueño del Madrid», el portugués seguía con su discurso. Frases tajantes y mensajes subliminales. «Tengo cada vez más voluntad de seguir en el Real Madrid por lo que este club significa —dijo en respuesta a un presunto alejamiento con la entidad—. La camiseta es blanca y eso tiene una significado».
Pureza, limpieza, grandeza, se entendió respecto a esas palabras, pero no autocrítica. ¿Qué parte de responsabilidad tiene usted respecto al resultado en el partido con el Barça?, le llovió pregunta sin contemplaciones. Y ahí zanjó el portugués: «Cero». Ninguna incumbencia sobre el plan defensivo que, según él, desbarató el árbitro alemán. Nada que ver respecto a los dos goles de Messi, el segundo una obra de arte, incontrolable ni con todos los zagueros del mundo. Sin réplica y sin autocrítica.
Los que conocen al luso daban por hecho que no rectificaría un ápice. No lo hizo. Y esquivó cualquier enfrentamiento. ¿Tiene usted alguna responsabilidad en la forma agresiva de jugar de sus equipos?, le cayó otra pregunta sin miedo. «Prefiero no responder», despachó sin mover el flequillo.
Y así siguió el curso de la mañana, un batallón de cámaras pendientes de la penúltima ocurrencia. Y, ¡oh!, decepción en las gradas. «Lo peor es no ser honesto con uno mismo. Y, yo, cuando lo soy, no tengo ningún tipo de problema. Mi equipo no está hundido. Tenemos moral, bien dicho. Moral. Y todavía no estamos de vacaciones». Y por más que el periodismo insistió, no hubo carnaza: «Ya he dicho lo que tenía que decir».
