El primer acto de la beatificación de Juan Pablo II se abrió con el canto alegre de «Jesus Christ, you are my life» al que siguieron dos testimonios íntimos sobre la vida de Juan Pablo II. Joaquín Navarro-Valls reveló que «se confesaba todas las semanas. A veces, cuando trabajábamos después de cenar, llegaba tarde a la cena porque se estaba confesando». A su vez, el cardenal de Cracovia, Stanislaw Dziwisz, que fue su secretario personal, reveló en el texto completo entregado al programa que «la mayor parte del tiempo que estábamos con él pasaba en silencio porque era lo que él prefería. Estar con Juan Pablo II significaba amar su silencio».
Pero la intervención más esperada era la de la hermana Marie Simon-Pierre, religiosa de las Maternidades Católicas quien, sin haber conocido a Karol Wojtyla en vida tiene una relación especial con la persona que la ayudó desde el cielo y que hoy sube a los altares.
Marie tiene una relación especial con Karol Wojtyla aunque nunca lo conoció
El parkinson de la hermana Marie avanzaba rápido, y ya no podía conducir ni casi trabajar en la clínica de maternidad. Se le bloqueaba la pierna izquierda y también la mano izquierda, lo cual, siendo zurda, le impedía escribir. El día 2 de junio «fui a ver a la superiora, la hermana Marie Thomas, para pedirle dejar mi tarea, pues estaba agotada, exhausta».
La comunidad de hermanas de Aix-en-Provence pidió la curación de Marie a Juan Pablo
La hermana Marie relata que la superiora decidió probar de nuevo «y me pidió que escribiese su nombre, a pesar de que yo ya no era capaz de escribir. Como siguió insistiendo, a la tercera escribí el nombre de Juan Pablo II. Ante mi caligrafía, apenas legible, nos quedamos las dos mirando un largo rato y rezando». Eran las cinco de la tarde.
Descubrió de repente que había podido escribir cuando hacía tiempo que no lo hacía
En ese momento, cuenta «me levanté de un salto y bajé al oratorio para rezar ante el Santísimo Sacramento. Me había invadido una gran paz, una sensación de bienestar. Continué rezando hasta las seis y después me dirigí a la Capilla, que está a unos cincuenta metros. Al caminar me di cuenta de que mi brazo izquierdo, que estaba como muerto a causa de la enfermedad, comenzaba de nuevo a moverse. Al mismo tiempo notaba una ligereza en todo el cuerpo, una agilidad que no experimentaba desde hacia mucho tiempo…».
«A la salida de la misa ya estaba convencida de que me había curado»
El 7 de junio se fue al neurólogo que la cuidaba desde hacia cuatro años y que, al verla moverse con soltura, le preguntó un poco enfadado si había doblado la dosis de dopamina. El médico escucha, «constata con estupor la desaparición completa de los síntomas clínicos, y no logra comprender mi estado después cinco días de no tomar ningún medicamento».






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