El arbitraje del sábado en el Bernabéu (ese rasero en los penaltis) indica que arriba querían ver mañana a un Barcelona con la Liga resuelta.
¡Champions!
Cuando el Barça se cruzó en Champions con el equipo de Chygrynskiy, Guardiola dijo que ése era uno de los mejores equipos del mundo y que, si lo pasaban, estaban en la final.
—¿Y el Madrid?— se preguntaron los culés con menos estudios.
Nada, nada. Ahí está el Barça, en la final.
Barcelona se lleva la Liga y la Orejona como se llevó el Archivo de Salamanca: porque tiene de su parte a la Historia. Y a Stark, el tipo que voló las semifinales como Peter Sellers voló el fuerte en «El guateque». Los paisanos del árbitro Stark creen, desde Hegel, que el Estado es la marcha de Dios a través del mundo. Los paisanos de Guardiola creen, desde Juanito Cruz, que una nación es la marcha del Barça en la Historia.
—Mourinho ha atentado contra la historia del club— dice un portavoz del «seny» culé, que pone el honor del club en manos de la UEFA.
Si esto es el «seny» de Sarriá, bendito sea Laporta, con su «rauxa» carpetovetónica.
Y es que con el supuesto «seny» del Barça nos ocurre lo que a Bertrand Russell con la supuesta «serenidad» de Shakespeare, tema, decía él, de interminables tonterías académicas, y ponía un ejemplo de la «serenidad» shakesperiana: «Al nacer lloramos porque hemos llegado / a este gran escenario de necios».
El «seny» del Barça tiene sorprendidos al defensa Rio Ferdinand y Emmanuel Adebayor. El delantero sostiene que el fútbol es un deporte de tíos y que los jugadores culés se tiran y lloran como bebés. «¿Qué pensarán los jugadores de rugby viendo eso?», se pregunta Ferdinand. Pues que están viendo a la Fura dels baus.
El problema es que esa forma de ser y de hacer constituye la forma de ser y de hacer de un régimen que no tolera la disensión ni siquiera la tibieza. Tienes que dejarte ganar, y además decir bien alto que te gusta el tiqui-taca, ese latazo que el baloncesto solucionó reglamentando el tiempo de posesión de la pelota. Lo demás es una guerra de medios donde de «Cascamorras» han puesto a Mourinho.
Contra Mourinho y el Madrid se reproduce el «agit-prop» aplicado a Aznar y a su partido.
—¡Es que es un chulo!
Chulo, para el régimen, es quien no comulgue con sus ruedas de molino.
Mourinho, además, es portugués. Si fuera alemán, no le toserían como le tosen personajes tan simpáticos como el señor Blanco, vicario del barón de Coubertin en el palco del Madrid, que en lo que organizaba concursos de letras para el himno nacional perdió la candidatura olímpica de Madrid, y que dice que Mourinho se ha cargado todos los valores del Real Madrid de Mendoza, Sanz, Calderón…
Habrá que imitar al Barcelona, ese club rotario cuyos valores defienden incluso tíos tan poco valorados como Michel Platini y Ángel María Villar.
El ídolo de Stark
Lionel Messi es el ídolo del señor Stark, el árbitro alemán que, temeroso en el Santiago Bernabéu de no verlo jugar, le quitó a Pepe de en medio, y así pudo golear. Hizo más faltas durante el partido (mano incluida) que el defensa portugués, pero estamos en aquello de la gallina y la sardina: mientras la primera pone un huevo y lo cacarea, la segunda pone más de un millón y nadie se entera.
Lo curioso es que al Real Madrid de Mourinho este chico bajito argentino solo ha conseguido meterle mano con diez. Y eso lo saben muy bien los árbitros.
