Todo fue muy lento. La madrugada había sido más corta de lo habitual. «Yo nunca he visto tantas lonas echadas durante la noche del alumbrado», comentaba una feriante. A lo que habría que añadir que rara vez se desperezó la feria con tanta parsimonia como ayer. Sólo madrugaron los barrenderos que tenían que recoger la inmensa botellona de la portada y las gitanas que ponen los farolillos, que se subieron al camión a las siete de la mañana para acicalar las calles más próximas al río. «Vamos a tardar por lo menos tres días en terminar toda la feria». Puro estoicismo. Terminar de vestir el santo justo a la hora de comenzar a desvestirlo. Esas incongruencias, tan inexplicables como autóctonas, forman parte de la gracia de esta fiesta que se copia a sí misma y nunca lo logra. Aunque respeta todos sus cánones. Por ejemplo, mandar la puntualidad a tomar viento. El reloj es completamente inútil. Ayer se demostró otra vez. Había varios actos oficiales convocados a partir de las dos de la tarde y ninguno empezó antes de las tres y media. Porque en la Feria las cosas empiezan cuando la ciudad decide. Milagro. Por alguna extraña fuerza telúrica, Sevilla se pone de acuerdo para elegir el momento de la llegada. Y durante un rato lo atasca todo. Ayer había retenciones hasta en la SE-30 por mor de los accesos a Tablada. Y eso que el real estaba en total sosiego al mediodía. Con las gitanas sin saber a quién colocarle un clavel. Que de eso ya se encarga la Asociación de la Prensa. El nuevo presidente, Rafael Rodríguez, dio sus Claveles y se retrató ayer con la cúpula del PSOE —Griñán, Mar Moreno, Susana Díaz— después de que el líder de la Junta tuviera que ser sujetado por los suyos para no arrancarse a bailar por sevillanas. Parece que estaba muy contento de que los periodistas le hubieran dado un premio a la fiscal jefe, María José Segarra, que «ha destacado por su buena relación con los periodistas, a los que ha facilitado el trabajo», recalcó la presentadora. Segarra, que agarró el Clavel y agradeció un acto que «es para mí como los Oscar», felicitó al presidente tras concederle un galardón «por haber interpuesto demandas contra la prensa». Y es que, como dijo el propio Rodríguez, lo importante es que la fiscal «le ha metido mano a los medios que no cumplen con la ética» en unos momentos en los que «ahora que es período electoral, vemos muchas presiones sobre todo sobre los medios públicos».
Cadía que pasa se puede asegurar con mayor rotundidad que la Feria es un pedazo efímero de la realidad cotidiana de Sevilla. Todo es al revés. Se dan claveles mustios a discreción. Hay que vestirse de traje para comer debajo de una lona. No se puede fumar en zona privada pero sí en los cacharritos rodeados de niños. Esas paradojas son inmanentes a esta tierra de la ataraxia, donde la pose vence a la verdad. La verdad de ayer es que después del almuerzo se llenó el recinto. No las casetas. El gentío estaba en la calle. Y la pose consistió en tratar de convencernos de que eso era así porque todo el mundo se salía a fumar a la puerta de su caseta. Algunos habría, no vamos a decir que no. Pero las calles echaban humo por otra razón más poderosa que la Ley Antitabaco. Cinco millones de parados. A la Feria no se va a comer y a beber, se va a pasear. A gastar poco. Y la calle es el mejor baremo. Ese vaivén de gente yendo y viniendo sin rumbo concreto es una vuelta a los orígenes de esta fiesta. Ir a ver y a que te vean. Situación que están aprovechando bien los políticos justo a las puertas de la campaña electoral. Ayer iban saludando a diestro y siniestro por las calles de los fumadores. Es lo que les queda hasta el día de la fumata blanca. Zoido, por ejemplo, se llevó una hora para ir de la recepción oficial de Cajasol a la de los mayoristas de pescados de Mercasevilla, cuyas casetas están separadas por apenas 50 metros. En la de la lonja se encontró con la candidata del PA, Pilar González, que en un par de horas había repartido unos quinientos besos. Y su número dos, Pilar Távora, otros quinientos. Un beso, un voto. O un político, una reclamación. Sirva la de un chaval cargado con una guitarra dirigiéndose a Zoido: «¡Yo quiero un aparcamiento en la calle Feria!». Y en la feria, chiquillo, que hay que ver el trabajito que le costó a la gente encontrarle un hueco al coche ayer. Esa fue la excusa, al menos, de unos que llegaron a las seis a una caseta en Juan Belmonte: «Hemos estado dando vueltas dos horas y al final hemos tenido que aparcar en el Charco de la Pava». Qué curioso. Si Monteseirín hubiera cumplido lo que prometió sobre el traslado de la feria, esos señores habrían puesto su coche este año en la misma puerta de la caseta. Pero aquí todo sigue igual aunque nada sea lo mismo. Sigue habiendo botellón en la portada y cigarritos en las casetas aunque sea de estraperlo. Lo que no hay, por mucho que lo haya anunciado el Ayuntamiento, es un solo cenicero en las calles. ¿Alguien ha visto alguno? Las colillas van al suelo, como toda la vida, con la misma certeza con que el tabaco que se vende en talega provoca problemas gastrointestinales. (Esto se puede decir porque, según recordó Rafael Rodríguez en la APS, ayer fue el día de la libertad de prensa). Pero no es lo único por lo que conviene tomarse un protector gástrico. Si se quiere completar el recorrido de recepciones oficiales hay que tener el estómago en forma. Como decía el Nano de Jerez, «llevo todo el día comiendo jamón y ya no puedo más. ¿No hay por ahí un boqueroncito suelto?». Lo había en la caseta de la Fuerza Terrestre, donde el general jefe, Virgilio Sañudo, estaba celebrando su última feria. De hecho, nada más terminar la copita volvió a lo suyo: cogió un helicóptero y se fue a Melilla. Otros se fueron más cerca. De Endesa a Cajasol, donde un político del PP provincial vio claro el panorama: «Aquí es donde más gente hay porque todos venimos a ver si nos dan un préstamo». Hasta el entrenador del Betis, Pepe Mel, pasó por allí, aunque sólo por la puerta. Él ya estaba cogiendo eso, puerta, cuando la barahúnda venía entrando al caos de los enganches, los caballos, los carritos de los niños, las flamencas, el del algodón, los fumadores...
Al fin y al cabo, el martes de Feria fue un perfecto paradigma de lo que más nos gusta ser: humo.




