Al anunciar Estados Unidos que empieza a retirar de Europa una de las cuatro brigadas desplegadas en el continente, un comentarista británico escribe que esto no va a despertar a los europeos. Que van a seguir gastando tres perras en defensa sabiendo que siguen protegidos por los americanos. En definitiva, que Washington debería anunciar que se va del todo, que está harto de que se le critique, de ser él quien paga la factura. Es posible que los europeos, con el sobresalto, se pongan las pilas.
El final de la múltiple confrontación entre el Madrid y el Barcelona me ha traído una deducción similar. No es bueno que el equipo blanco haya caído con dignidad en la semifinal europea, con un resultado global aceptable. Menos aún lo es que los hinchas merengues se refugien en la expulsión de Pepe, ciertamente injusta, y en el dudoso gol anulado a Gonzalo Higuaín. Todo eso enmascara una triste realidad a la que hay que despertarse: El Barcelona de hoy es sencillamente mejor que cualquiera de las combinaciones blancas de Mourinho. Que el Madrid pelee con dignidad hasta el final, que Cristiano Ronaldo acabe con más goles que Messi, que los blancos cuenten con un plantilla más larga que los catalanes (¿de qué les ha servido?), que más de un árbitro esté obsesionado con sacar pecho ante el Madrid… son otras gotas de cloroformo para no aceptar la realidad y ésta es terca y cruel: cualquier espectador de Buenos Aires, Berlín, El Cairo o Nairobi, cualquier amante del fútbol habría sacado la conclusión, al concluir los clásicos, de que el conjunto blaugrana era mejor.
Quiere esto decir que hoy, con los mimbres actuales, el conjunto del Bernabéu perderá contra los de Guardiola cualquier torneo de la regularidad. Con estos hombres, el Barça puede pinchar tres tardes pero los blancos, con jornadas frecuentemente más espesas, pincharán cinco o seis. Se ha visto. El desequilibrio no solo está en que Messi es mejor jugador y más peligroso que Ronaldo sino, presumo, que el centro del campo merengue está un escalón por debajo del azulgrana y se nota.
Esto nos lleva a Mourinho. El portugués ha salvado los muebles con el más insignificante de los torneos, un triunfo al fin y al cabo, con los chapuceros arbitrajes y con el pundonor redoblado del que ha imbuido al equipo. Tiene, con todo, varios lunares entre los que podemos mencionar uno coyuntural: plantear a la defensiva el encuentro inicial de la semifinal europea. Entregar el partido en tu campo fue contraproducente e insultaba a la esencia misma de la mentalidad del Real Madrid. Solo el pase en la eliminatoria habría redimido su juego antinatura.
El segundo, estructural, es su excesiva franqueza y locuacidad. El míster debería frecuentar la Escuela Diplomática. Un entrenador que, por primera vez en la historia, hace el doble de titulares que la suma de los tres jugadores más importantes y el presidente debe medir sus palabras. Ha sido rápida e injustamente demonizado, pero Mourinho no debe encrespar a la afición de una buena parte de España.
El Madrid ya perdió en su día a la valenciana con el affair Mijatovic. Con Mourinho, ha crecido ahora la animosidad hacia el equipo también en otros puntos de España. El club blanco tiene un problema de imagen.
En el exterior, el Barcelona, retransmisión tras retransmisión, empieza a robársela con juego y resultados. En el interior los enemigos empiezan a rebasar a los simpatizantes.
El entrenador, a no ser que traiga la Liga de Campeones en bandeja, debe no solo consolar a los creyentes fervientes, sino cultivar a los simpatizantes y no exasperar a los indiferentes o adversarios.
José Mourinho tiene enemigos en el propio club. El presidente, que debe ver en él un pararrayos, lo arropa. Pero alguien, que solo puede ser don Florentino, debería atreverse a decirle que se le fichó para que trajera títulos y, también, para no socavar el prestigio de la entidad.
