Con su habitual imagen —quizá, el pelo más blanco—, una camisa vaquera y sus eternas gafas de pasta, Woody Allen se ganó ayer el aplauso de los periodistas. El cineasta neoyorquino, de 75 años, presentaba en rueda de prensa «Midnight in Paris», filme que narra el viaje a la capital francesa de una pareja de novios y de los padres de ella. Él (Owen Wilson) es un exitoso guionista que aspira a convertirse en escritor serio y, enamorado de la Ciudad de la Luz, una medianoche en punto, y a modo de Cenicienta, vive una experiencia increíble. «Iba a hacer una película en París. Pensé en un título maravilloso, sugestivo, romántico, pero no sabía qué iba a pasar. No sabía si habría un divorcio o qué, y se me ocurrió que un día alguien pasearía por las calles y un coche le invitaría a subir y le llevaría a algún sitio. No me basé en nada, sino que caí en esta trama. Si no, habría cambiado el título y habría hecho otra cosa», aseguró Allen.
Tras sus magníficos retratos de Nueva York, Londres o Barcelona, en su nuevo filme escribe una carta de amor a la ciudad romántica por antonomasia. «Rodar en un sitio u otro no cambia mi forma de trabajar. París es muy excitante y yo, como otros americanos, la descubrí a través de las películas. No la visité hasta que ya era adulto, en 1965. Y he mostrado lo que reconozco de ella, igual que hice con Nueva York en «Manhattan». No es una visión realista, sino emocional. París a través de mis ojos, de una forma muy subjetiva. Lo pasé genial y rodé bajo la lluvia, que para mí tiene un significado especial. Siempre me han gustado las películas con lluvia».
Protagonizada por Owen Wilson y Rachel McAdams, quienes ayer insistieron en la «maravillosa libertad creativa que les dio el director», Allen declaró humildemente: «El truco de un reparto consiste en elegir buenos actores, no interferir mucho y, si actúan bien, decir que el mérito es tuyo. Llevo años haciéndolo y funciona de maravilla». En un pequeño papel, como guía del
Museo Rodin, aparece Carla Bruni. «Una mañana, desayunando con Sarkozy, ella entró y pensé: “Qué guapa y encantadora”. Le pregunté si le gustaría participar en mi película y me contestó que sí para poder contárselo a sus nietos. Aunque esté casada con un político, no es una diplomática, sino que conoce el mundo del espectáculo e hizo el papel fenomenal. Fue una experiencia bonita para ambos y, tras ver la película, me dijo que le gusta cómo la ha fotografiado el cámara, porque ella quería salir bien, y así ha sido».
En esta, su cinta número 41 y una de las mejores, según muchos, Allen incluye conversaciones de Owen Wilson con célebres figuras del siglo XX. «Escribir lo que diría Picasso, Hemingway, Scott Fitzgerald o Dalí no fue difícil porque no son diálogos profundos, sino satíricos y divertidos». Especialmente brillante es Adrien Brody como Salvador Dalí: «Es la primera vez que acepto interpretarlo —dice el actor—. Ya me lo habían ofrecido varias veces, pero Woody presenta una imagen luminosa de Dalí. Solo me dijo: “Acuérdate de que estás ante un genio, pero también un loco, así que puedes ir todo lo lejos que quieras”». A la pregunta de si es un artista en la tradición americana, la modestia del director volvió a surgir: «Creo que tengo muchísima suerte. Nunca me he considerado un artista, no creo que tenga esa maestría. Dicen que tengo talento, pero si consideras artistas a Fellini, Kurosawa, Buñuel… está claro que yo no lo soy».






