«Y con la resaca a cuestas —cantaba Serrat en los años setenta del siglo pasado— vuelve el rico a su riqueza/vuelve el pobre a su pobreza/ y el señor cura a sus misas (...) Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual». La canción se titulaba Fiesta y la fiesta entre el Madrid y el Barça continúa en los tribunales del fútbol, una UEFA que pinta más cerca de un Pilatos postmoderno que del sentido común.
El concepto de justicia del organismo internacional es tan curioso como el tipo que llegando al aeropuerto de Nueva York pregunta la temperatura ahí abajo, y le contestan: «0 grados» (centígrados, se entiende) y tan contento el tipo comenta: «Ah, estupendo, ni frío, ni calor». Pero lo cierto es que hace mucho frío. Son tantas cosas a juzgar: Mourinho (ya condenado), Pepe (culpado), Pinto (tres partiditos), Busquets (ya veremos), los esplendorosos fingimientos del equipo de mímica y acrobacia dolorosa (Alves, Busquets —repetidor— y Pedro), el «robo» de Casillas, los gestos de Cristiano, y, sin llegar al juzgado futbolístico, las veladas amenazas, ¿o fueron sólo veladas advertencias, cariñosas y sin acritud, por supuesto? de Guardiola sobre el árbitro portugués.
Así que eso de que el único malo de la película, el Jack Palance de Shane, es Mourinho habrá que revisarlo. Pensábamos que el sentido común en España era revolucionario, tal y como está el caso de la política, pero el virus se ha extendido al fútbol. Sin embargo, el sentido común anima a pasar la página del bochorno que ambos equipos ofrecieron y que cada uno se quede con su copa y aquí paz y después gloria. Como en la canción de Serrat.






