Miren a Sparrow. Extraño ser, un medio trucha que no lo es, de ademanes afeminados y sable de acero. Irónico, mordaz, sinvergüenza y mujeriego, lo que es un pirata metido en un envoltorio de damisela no me toques. El caso es que cuando se habla de piratas, ¡pardiez!, hablamos de tipos duros que han de comer niños crudos, patas de palo, parches, garfios y ron por doquier. Pero nunca pudimos imaginar a alguien como Sparrow. Y sin embargo, Jack es el rey de todo este cotarro.
En este, como en todos los demás, el capitán mantiene el pulso y es casi todo. En el casi —si a este capítulo, el cuarto, nos referimos— hay tres referencias más que dan tono y color a un trabajo esmerado en el divertimento puro y duro: La primera es Keith Richards, el único actor del mundo que no necesita maquillaje pues su rostro amplifica sin más la caricatura de la ruina humana, el ser diabólico que todo lo sabe pues ha navegado en las aguas infernales del más allá. Un tipo salido del mismo Averno que aparece y desaparece de las filmaciones dejando hambriento al personal, ávido de ver más cicatrices de este fantasmal ser nacido de las brumas (como siempre ha sido, es y será. El único ser vivo que ha ganado el pulso a las drogas y a la carretera).
La segunda es una primera escena de galopadas y persecuciones al estilo más clásico de los piratas. Carreras llenas de colorido y vida. Y la tercera es la aparición de las sirenas, un precioso póster puesto en el mapa devorando planos y más planos de enorme belleza, con mucho corazón y alma.
El relato es, ya lo saben, un gigantesco árbol de cuatro enormes raíces en el que el tronco común es Sparrow, el alma alrededor del que giran las mismas manivelas que en anteriores relatos: puñales, espadas, sablazo va, sablazo viene, traiciones, egoísmos sin fin y aventuras de palomitas y pies en la butaca delantera para molestar al vecino. En este aspecto, nada que objetar. Llega lo que se espera: peleas, tuertos, cojos, más peleas, muchos barcos, más peleas y rostros desencajados por el agua salada del mar.
También está Pe, oronda (rodó con cuatro meses de embarazo encima) y desarmada. Suele pasar con Depp. Se come a leyendas vivas (Pacino, Bale, Walken...) o a quien se le ponga por delante de un solo bocado. Todos los días merienda mitos como el que come donuts. La de Alcobendas tenía cero posibilidades de sobrevivir. Y en el empeño —eso sí, valiente y corajudo— perece.






