Mientras Estados Unidos se ponía demasiado expresionistabstractoy Europa un tanto informalista, Brasil vivía su particular revolución. Son los años 50. Un tal Niemeyer se inventa una ciudad futurista, se abren museos en Río, nace la bienal de Sao Paulo... Y en medio de tal efervescencia cultural un grupo de artistas «indignados» (sí, ya los había entonces) se rebela contra el arte establecido. Hablamos de las dos Lygias (Clark y Pape), Hélio Oiticica... Todos ellos comienzan experimentando con la geometría y acaban dándose de bruces con el neoconcretismo. O lo que es lo mismo, integrando el arte en la vida, involucrando al espectador en la obra de arte. Clark y Oiticica ya tuvieron su momento. Ahora toca reivindicar a Lygia Pape (Nova Friburgo, 1927-Río de Janeiro, 2004). Una idea que partió de José Jiménez. Fue él quien le propuso a Manuel Borja-Villel hacer el proyecto en el MACBA. No pudo ser allí, pero ahora lo retoma en el Reina Sofía.
Ya en la bienal de Venecia de 2009 Lygia Pape nos emocionó a todos con una de sus bellas, frágiles, sutiles y poéticas Ttéias (hilos dorados, plateados, que atraviesan el espacio cual trascendentes haces de luz) en el Arsenale. Fue una de las obras más fotografiadas y publicadas de aquella edición. Algunas de esas Ttéias pueden verse ahora en el Reina Sofía, que dedica a la artista brasileña su primera monográfica en Europa. Después viajará a la Serpentine Gallery de Londres y a la Pinacoteca de Sao Paulo. Los comisarios, Manuel Borja-Villel y Teresa Velázquez, quieren que el espectador se enrede en la telaraña tejida por Pape, creando sus propios espacios, como la artista reclamaba en sus trabajos. Se nota que era anárquica —así lo explica su hija Paula—, le gustaba experimentarlo todo, probarlo todo. Ahí están los juegos vectoriales de su primera etapa y sus célebres «Tecelares», en los que hace sutiles incisiones en la madera: los hay blancos, casi imperceptibles; y negros, donde se acerca a Frank Stella.
En busca del poema
«Quiero trabajar en un estado poético intensamente. Estoy en busca del poema», decía Lygia Pape. Aborda la poesía como fenómeno plástico, creando sugerentes poemas luz y poemas objeto, y construyendo sus peculiares libros: el de la Creación (un precioso origami poético, en el que nos invita a montar y desmontar el libro), el de la Arquitectura, el del Tiempo (un lienzo geométrico que ocupa una pared de la muestra)... Pero el vocabulario de la creadora brasileña no se agotaba, seguía evolucionando, desbordando formas e ideas. Oiticica la definió como «una semilla permanentemente abierta». No le fue ajeno el cine (por vez primera se reúne una decena de sus películas). La muestra incluye diseños de los carteles y títulos de crédito que hizo para películas del cine experimental brasileño. Hablábamos antes de que también ella fue una «indignada». A partir de 1967, y a través de sus «Cajas», lanzó sus envenenados dardos contra los museos momificados (una caja con cucarachas muertas). Pero tan pronto su obra es ácida y cruda, como comprometida (se interesa por la cultura indígena) o se torna sensorial: es el caso de «Ronda de los placeres» (platos con líquidos que contienen colorantes).
Y en otra nueva vuelta de tuerca. Pape se centra a finales de los sesenta en las performances. Algunas de sus acciones son registradas fotográficamente en «Espacios imantados» (1968), que da título a la exposición. Le interesaba activar la interacción social espontánea en trabajos como «Divisor», su primera experiencia colectiva, que ayer se recreó en la plaza que da acceso al Reina Sofía. En esta performance, los participantes asoman sus cabezas por una gran tela con agujeros que los une. Una metáfora de lo individual vs lo colectivo. ¡Qué gran idea perdieron en Sol!