La figura de Agustín Guillermo Carstens Carstens es propicia al chiste fácil, al símil evidente: «pez gordo», «peso pesado» de la economía mexicana... Un físico que soporta con buen humor: «Los mejores secretarios de Hacienda de México han sido altos y flacos», bromeó antes de incorporarse a dicho cargo. Pero, más allá de las apariencias, este economista de currículo tan amplio como su estampa reúne todas las condiciones para presidir el Fondo Monetario Internacional, si las potencias transigen en ceder sus riendas al representante de un país emergente. Ya cuenta para ello con el apoyo de Luis Alberto Moreno, titular del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Desde diciembre de 2009 Carstens está al frente del Banco de México, institución en la que dio sus primeros pasos profesionales en 1980 y en la que permanecería durante dos décadas. Con el cambio de milenio se incorpora al FMI como director ejecutivo, representando a Costa Rica, El Salvador, España, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua y Venezuela. En 2003 accedería al cargo de subdirector gerente. En 2006, el presidente Felipe Calderón lo nombra secretario (ministro) de Hacienda y Crédito Público, puesto en el que permanece durante tres años.
De esa etapa se le recuerda por haber diagnosticado como «catarrito» el impacto en México de la crisis financiera internacional (así como por impulsar las reformas para privatizar el sistema de pensiones y elevar la recaudación tributaria, rubro en el que México es, todavía, uno de los estados menos eficientes del Hemisferio). Aquel «catarrito» devino en neumonía, pues 2008 vio el desplome del PIB, una severa pérdida de creación de empleos, una inflación por encima de la prevista y una depreciación cambiaria que excedió las estimaciones más pesimistas. También fue muy comentado el «taco de ojo», dudosamente furtivo, que lanzara al trasero de Carla Bruni durante la visita oficial de Nicolas Sarkozy a México.
«Creo que tengo los méritos para acceder al cargo más alto» del Fondo, ha declarado sin asomo de humildad. Se lo puede permitir, no sólo por su expediente académico sino por una visión económica considerada como conservadora y ortodoxa por muchos de sus colegas. «Es ortodoxo al pensar, pero pragmático al operar», sostiene Mario Blejer, ex gobernador del Banco Central argentino.
Pese a presentarse como «cien por cien reformista» para reemplazar a Dominique Strauss-Kahn, «él es el “establish- ment”», dice Sebastián Edwards, antiguo funcionario del Banco Mundial que ahora imparte clases en la Universidad de California en Los Angeles. «Tiene absolutamente todos los méritos, es intachable. Cuenta con una gran trayectoria internacional. Conoce el FMI desde dentro», defiende Ernesto Cordero, su sucesor al frente de la Secretaría de Hacienda.
En entrevista con Reuters, Carstens aseguraba que no tiene vínculos con ningún partido político y que su visión del FMI se resume en que se debe escuchar más a las economías emergentes. «Mi avenida siempre ha sido la economía, yo no decidí ser un político. Un poco el progreso durante mi carrera como economista es el que me ha llevado a aspectos políticos», declaró en el pasado.
Lo cierto es que el mexicano no parece tener muchas posibilidades ante su rival, la ministra francesa de Economía y Finanzas, Christine Lagarde, que suma los apoyos de Europa, China y Rusia. Estados Unidos aún no ha definido su postura, pero la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha dicho que respalda a las «mujeres bien cualificadas para liderar las grandes organizaciones internacionales». A su favor, Carstens alega que «no recuerdo algún evento en que la persona al otro lado de la mesa se negara a estrechar mi mano» durante su estancia en el FMI.







