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El escritor James Joyce, irlandés de pura cepa, se aferró, sin embargo, al pasaporte británico hasta el final porque se sentía «asfixiado» en su país, según ha revelado su biógrafo, Gordon Bowker. En 1930, cuando tuvo que renovar su pasaporte en París, donde vivía, acudió a la embajada británica y un funcionario le dijo que debía ir a la legación de Irlanda, que había proclamado mientras tanto su independencia, pero él insistió en que quería renovar el británico, según relató él mismo a su hijo.
El autor de «Ulises» se sentía «asfixiado por el catolicismo» de su patria, «su madre era una católica muy beata» y él mismo estudió en un colegio de jesuitas, pero cuando cumplió los dieciséis, «descubrió los deleites de la carne y también a Ibsen», explicó el biógrafo. El gran dramaturgo noruego le fascinó al punto de que Joyce, que tenía un don para las lenguas, aprendió por su cuenta ese idioma escandinavo para poder leer en el original al autor de «Casa de Muñecas».
Joyce creía que los independentistas querían devolver al país al pasado
El biógrafo contó también que, después de salir el «Ulises» en París en 1922, su esposa, Nora, se sintió de pronto tan harta de las adulaciones a su marido, a quien todos querían conocer de pronto para rendirle pleitesía, que huyó con sus hijos a Irlanda para reunirse con su familia, pero se encontró en medio de la guerra civil. Los soldados irrumpieron en su hotel de Galway y colocaron incluso una ametralladora en la ventana de su habitación y cuando más tarde Nora se trasladó con sus hijos a Dublín para regresar a París, su tren fue tiroteado por el camino y todos tuvieron que hacer el resto del viaje tendidos en el suelo. Todo ello enfurecería al escritor cuando finalmente se enteró de lo ocurrido.







