Joseph Blatter (1936) controla el fútbol mundial desde que un ya lejano 8 de junio de 1998 sucediera en el cargo al brasileño João Havelange. El suizo, después de trece años al frente de la FIFA, sigue los pasos de su gran amigo y principal mentor, que se mantuvo en el cargo durante 23 inviernos.
Diplomático y dominador de cinco idiomas —inglés, francés, español, alemán e italiano—, Blatter encara a sus 75 años el cuarto mandato después de superar el momento más difícil en un organismo que cada año le reporta más de un millón de dólares.
Amante de trajes caros y de matar el tiempo con crucigramas, el octavo presidente de la FIFA es también miembro del Comité Olímpico Internacional (COI) desde 1999.
Casado y separado tres veces a lo largo de su vida, comenzó su vinculación con el deporte como futbolista aficionado y entrenador, antes de dar el salto al atletismo y licenciarse en Economía y Administración de Empresas por la Universidad de Lausana.
Aunque su capacidad de mando la heredó de su paso por el Ejército suizo, en el que llegó al rango de coronel. Como militar aprendió también a imponer su autoridad, lo que le ha permitido apagar importantes incendios en la FIFA a lo largo de su mandato. El último fue en el Congreso de ayer en Zúrich, pero en 2002 ya se enfrentó también a cinco de sus vicepresidentes y salió igualmente victorioso.
Hombre de un solo ídolo —Di Stéfano— y un único club —el FC Visp, su ciudad de nacimiento— ha protagonizado escándalos que trascienden el fútbol, como en 2004 cuando levantó una gran polvareda al insinuar que las futbolistas debían vestir pantalones más ajustados. Con fama de mujeriego, ahora presume de su vida casi monacal.
