Veintidós horas de viaje nos reciben hasta Huanchaco, una población costera sita a unos 600 kilómetros al norte de Lima. Los desvencijados carteles electorales de Ollanta Humala todavía son testigos de cuanto sucede en el Perú que ya domina (en funciones), aunque Alan García acabe de anunciar su intención de celebrar un Consejo de Ministros el próximo día 25 en Kuélap acompañado en la foto por todos los integrantes de la XXVI Ruta Quetzal BBVA que recorre estos días su país.
Esas pancartas salpican cada kilómetro con el lema “Ollanta: la honestidad es la diferencia”. Y, honestamente, la diferencia entre el Perú de hoy y el de ayer preferimos buscarla en avezados por estas tierras como Jesús Luna, jefe del campamento de los 224 muchachos que componen la triexpedición peruana-española y portuguesa. Luna opina que el progreso en este país es evidente, que no tienen nada que ver sus infraestructuras y su desarrollo con el que era en 1990, un paraíso natural de auténtico tercer mundo socioeconómico.
Sin remontarnos tanto en el tiempo y dada la opinión de algunos nativos, como nuestro guía en la aventura Pedro Sánchez, Perú continúa siendo el mismo de hace unos meses, paupérrimo a cada metro que te separas de Lima, la capital, que sigue congregando a un tercio de la población de todo el país (diez millones de treinta). Cuando se comenta, sobre todo con ansias de despegue internacional, que ésta es la séptima potencia iberoamericana que menos ha acusado los rigores de la crisis económica y que crece a la sazón de un 9% cada año, parece que esos mismos analistas no hayan salido de la capital, no hayan paseado por las orillas de las carreteras perfiladas con casas ruinosas y repletas de nativos desde las 4 y 5.00 horas de la mañana. Unos están a la espera de la “guagua” para acudir a sus puestos de trabajo, otros andan despegando las legañas aguardando del medio que les acerque a sus colegios, otros, simple y llanamente, esperan.
En nuestro tránsito nocturno, que une Lima-Huacho y Huanchaco, nos encontramos no con decenas, sino con cientos de personas en la misma postura: bien entrada la madrugada, sus siluetas se adivinan sentadas en ruedas de cemento o neumáticos gastados, aguardando algo. Es una estampa ésa de esperar el autobús algo americanizada –solo que a deshoras-, como también se advierte la impronta de EE.UU. en establecimientos como los de “pollo a la parrilla”, que son esos lugares tan de película donde los camareros están vestidos de ave y gritan ciento y la madre tipos de pollos cocinados de forma distinta. Pues Lima está henchido de estos lugares. También los alrededores.
Uniformados peruanos en cada esquina
Los 224 jóvenes participantes de la Ruta Quetzal 2011, que recorre de extremo sur a norte la costa del Pacífico peruana, se han topado con escenas tan variopintas como la del pollo y con otras más humanas, más apegadas a la realidad, como la inabarcable pobreza que jalona su andadura. Pobreza que, por otra parte y es algo en lo que coinciden Alany Marcos, Marta Miura y las demás adolescentes de 16 y 17 años “premiadas” con esta experiencia única, contrasta con la supina amabilidad de las gentes del Perú.
Hasta sus vecinos suramericanos, como Carolina, periodista colombiana del rotativo “El Espectador” que acompaña al grupo de informadores que siguen la ruta, se sorprenden de tan exquisitos modales. “Son supereducados, te saluda la Policía Nacional, los miembros de la Fuerza Armada y los encargados de la seguridad de todos los enclaves y monumentos que visitamos”, afirma. Y es que cuesta imaginar en este momento a los uniformados españoles escoltando a un autobús de la Ruta Quetzal hasta su destino porque se ha perdido en plena autopista (en Perú todas las conexiones de esta área costera se pagan por tramos de carretera, discernidos por “ejes” o capacidad y peso de los vehículos) o que cada Policía dé los buenos días a cada integrante de esta expedición cuando pasa frente a ellos.
Los «Viva Boca» en el autobús de los periodistas
Esa amabilidad y ese escondido despegue económico del país son la “comidilla” en el autobús de los periodistas que discurre en plena noche para alcanzar a los “sagaces” jóvenes. También el clima. Este invierno peruano se despierta con una nebulosa impenitente que hasta el mediodía no decide esconderse. Sorprende el revitalizante azote de sol en estas horas de sobremesa que desaparece, con un cambio radical de temperaturas, hacia las 18.00 horas (01.00 de la madrugada en España).
Tras los pasos de los ruteros siguen los periodistas del diario “Clarín” argentino y otros medios bonaerenses, los que ponen la banda sonora al viaje en forma de “Maradona fue el mejor” y sonoros “Viva Boca” o diatribas sobre las virtudes futbolísticas de Cruyff y el verdadero significado de coronarse en la Copa de Libertadores. Charlas que amenizan el cansancio que empieza a hacer mella entre los jóvenes y los no tanto, aunque unos y otros son conscientes de que queda mucho Perú por meter en la suela.