La sensación del Europeo sub 21 ha heredado de su padre las raíces y la devoción por el fútbol. El código genético de Thiago Alcántara (Bari —Italia—, 1991) muestra, sin embargo, otras claves en la secuencia de ácidos y proteínas respecto a su famoso padre, Mazinho, aquel centrocampista brasileño y fajador que ganó el Mundial 94, el de Romario y Bebeto y el penalti fallado por Roberto Baggio. Thiago pertenece a otra generación y a otra escuela. En el partido nuclear ante Bielorrusia con el pase a los Juegos Olímpicos en el horizonte, España se agarra de nuevo a este futbolista proyecto de estrella, embrión en proceso de gestación, mitad Iniesta, mitad De la Peña.
La sutileza de Thiago, unida a su fácil manejo del balón, su capacidad de desborde y su último pase lo han catapultado en este Europeo. De reacción imprevisible, lleva tiempo madurando en su club, el Barça. Gasta fama de competitivo y ambicioso. De futbolista vehemente que no suele pararse a preguntar. Prefiere derribar la puerta a esperar que se abra. Lo demostró en su primer gol con el Barcelona, en 2009 contra el Racing, un año después de haber debutado en Primera división. Salió corriendo hacia el banquillo, a abrazarse con Jeffren, en la típica imagen de veterano con galones. Guardiola lo reprendió sin dudar. «Esta cosas no se hacen a su edad. Con 30 años, sí. Debe abrazarse a sus compañeros y seguir trabajando».
Un desliz en opinión del entrenador culé que no comparte alguno de sus antiguos técnicos. Como Javier Lago, preparador del primer equipo de Thiago, el Ureca gallego. «Siempre respetaba las decisiones del entrenador. Eso indica que tiene una buena educación de sus padres». Thiago pudo elegir entre su país de nacimiento (Italia), de origen (Brasil) o de adopación (España). Se decantó por la camiseta roja. Y desde el filial sub 21 busca el gran salto.
