Si el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, hubiera mantenido a la mayoría de los miembros con los que terminó la anterior legislatura, los popes de siempre habrían puesto el grito en el cielo para acusarle de ser rehén de alguien, de exceso de conservadurismo, de no ser capaz de tomar decisiones autónomas o de alguna majadería parecida.
Como Camps ha llevado a cabo una renovación profunda, los mismos que podían defender justo lo contrario rabian desde sus columnas augurando las siete plagas de Egipto porque Camps ha ido demasiado lejos sin consultar al partido, ni a los barones provinciales ni a los gerifaltes comarcales ni a los margraves de distrito. Si el Consell hubiera sido estrictamente de políticos le hubieran reprochado que en tiempos de crisis es necesario contar con profesionales de acreditada trayectoria, es decir, «técnicos».
Como no parece que el nuevo Consell sea «de alto perfil político (detesto escribir como ellos, pero no puedo evitarlo por falta de espacio)» resulta que lo que hace falta, por lo de la crisis, es precisamente «pesos pesados» de la política porque los buenos gestores necesitan dinero que es precisamente lo que no hay por lo que el nuevo Consell está abocado al fracaso.
Espero que este pequeño ejercicio de defender una cosa y la contraria no les haya aburrido mucho ya que pretende ser una síntesis de todo lo que se ha podido leer y escuchar desde el miércoles pasado. No será el arriba firmante el que se atreva a augurar éxitos o fracasos del nuevo equipo de Camps pero sí vale la pena recordar aquello que decía Oscar Wilde: «Cada acierto nos trae un enemigo. Para ser popular hay que ser mediocre». Pues eso.
