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En lo que va de Copa América, se ha dicho mucho de lo poco que ha mostrado Argentina, pero se ha pasado por alto una hazaña suya extraordinaria. Ante la mirada de medio mundo, han logrado hacer desaparecer a Messi, algo fuera del alcance de David Copperfield, e incluso del Pepe de los clásicos. Lo han hecho, además, del modo más refinado. Mientras el medio mundo que miraba pensaba que seguía allí, porque aún lo veía sobre la hierba.
Pero no es Messi lo que Argentina coloca en la media punta. Allí han clavado una excusa. Mientras uno se queja de él no tiene por qué mirar nada más. Así se construye ese efecto prodigioso. Pareciera que es Messi el único en el campo (sólo a él se le culpa), desaparecidos sus compañeros mientras esperan su brillo. La cumbre de cualquier ilusionista: el desvanecimiento a ojos abiertos. Con un giro asombroso, pues el truco es doble. Desaparece Messi (diluido su juego), y tras su desaparición se oculta todo el resto de esa selección.
Ya es viejo lo que se sabe acerca de la importancia del paisaje. Al menos desde Duchamp, convencido la capacidad del museo para convertir en arte un urinario. Lo recordó también Guardiola, al final de la temporada: decía que la obligación del Barcelona era seguir rodeando a Messi de jugadores excepcionales. Para que no se aburriera de hacer lo que hace y continuara feliz, algo que se ha quebrado en la Copa América. Ahí anda sufriendo, cabizbajo y contrariado en medio de un equipo a medio hacer.
Sacando a Messi del museo, lo han tornado urinario. Y de momento parece incapaz de desplegar el suyo propio, a lo Duchamp con su museo portátil transportado en una maleta. O a lo Maradona en Nápoles.
