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Y de repente, a la izquierda de Luis León Sánchez -luego ganador de la etapa-, de Voeckler -el nuevo líder-, de Casar, de Hoogerland y de Flecha, apareció un coche de la televisión francesa. Apresurado. Urgente. Malabarismos al volante. Quiso pasar a los fugados y no había carretera para tanto. El conductor, irresponsable, se vio entre un árbol y los ciclistas. Eligió la parte más blanda, la carne humana. Golpeó con el lateral a Flecha, hecho un ovillo por el aire, y escupió a Hoogerland hacia la cuneta, flanqueada por una valla de espino, de ésas que cierran el paso al ganado. Duele hasta imaginarlo. El holandés se rajó los gemelos de las dos piernas. Sangraba a borbotones. Piernas rojas. Sus gestos hablaban del profundo daño de los tajos. Hondos. Al llegar a la meta, tarde, cabreados y molidos, el Tour les llamó al podio para consolarles con el premio de la combatividad. Flecha se negó a ir. Palabras malsonantes. Hoogerland, casi cojo, sí fue para allá. Cogió las flores llorando, aún sangrando, y dijo: «Nunca lo había pasado tan mal. Me alegro de seguir vivo». El coche fue expulsado de la ronda. [Así hemos contado la etapa]
Hay días en que correr el Tour es como ir a una matanza. Este domingo, por ejemplo. Fue como si al pelotón lo bombardeara el enemigo. El ciclismo vive pendiente de los laboratorios, de trampas y transfusiones. Pero la sangre era de verdad. Bastaba mirar las pantorrillas de Hoogerland, el último de los caídos. Antes hubo muchos más. La primera bomba le cayó a Txurruka. Aún no se había subido el primero de los ocho puertos del día. Es un ciclista gafado. Un disparo. Al suelo. Otra vez la clavícula rota, como en el Tour 2010. Un hueso por año. Contador casi ha sufrido un percance por día: o caídas o averías. «No está siendo mi Tour». La etapa de ayer le reservaba una bala a más de cien kilómetros de meta. Un disparo de rebote. Inesperado.
Las cuestas y curvas del Macizo Central tienen 400 millones de años. Vienen de cuando la Tierra se plegó, se arrugó y elevó las montañas del centro de Francia. Luego rugieron los volcanes, inactivos desde hace 7.000 años. Hasta ayer. Camino de Saint Flour, la ciudad negra, construida en piedra volcánica sobre una colada de lava, todo fueron explosiones. Contador, con el pelotón al ralentí, avanzaba por el lado zurdo del grupo. Al llegar a la altura de Karpets, el ruso con arquitectura de jugador de balonmano, salió despedido. «Se ha enganchado mi manillar con su sillín», contó. En la pantalla pareció otra cosa. Karpets defendió su plaza, los dos centímetros cuadrados sobre los que va la rueda. Así lo contó el ruso: «Ha sido un choque. Contador vino, se enganchó y se cayó». Más claro lo relató su director, Dimitri Konychev: «Si chocas con Karpets tienes siempre las de perder». Eso pasó. Contador acabó entre el público. Se dañó la rodilla derecha, la que ya tenía lastimada. Corre sin gafas y se le notan las muecas de dolor. Este Tour, de momento, no está de su parte.
Enseguida se reanudó el fuego de artillería contra el pelotón. Había una mina oculta en una curva mojada y veloz del descenso de la segunda cuesta, el col de Peyrol. Estalló y formó un cráter con ciclistas pulverizados. Van den Broeck, quinto del pasado Tour, quedó allí sentado. Un brazo bien y el otro como colgado. El omoplato roto. Y el ciclista como sonámbulo, desnortado, sin brújula, sin casco y con un golpe en la cabeza. Sin Tour ya.
Vinokourov se rompe el fémur
Mientras le atendían, dos gregarios del Astana, pie a tierra, echaron hacia la espesura. Buscaban algo. A su líder. A Vinokourov. Y lo encontraron varios árboles más allá y tirado. Su gesto de sufrimiento era una confesión. Tiene 37 años, era su último Tour y quería ser maillot amarillo una vez más. Le subieron a hombros. Como a los toreros tras la cogida. Rescate improvisado. Una de sus piernas no iba. Pronto se lo dijeron: tenía roto, cascado como si fuera de cristal, el fémur, el hueso más largo del cuerpo. Y también la pelvis. Acabó la etapa, y quizá su carrera deportiva, en París, en el hospital de la Piedad. Un nombre con ironía para semejante etapa. La misma bomba que acabó con Vinokourov y Van den Broeck le rompió una mano a Zabriskie y una clavícula a Willens.
«Ver cosas así nos hacen pensar a todos», declaró Samuel Sánchez, ileso. Se santiguaba. Como todos. Y se lo pensaron dos veces antes de trazar la siguiente curva. El frenazo fue general y dio vía libre a los cinco fugados. Su ventaja subió a los ocho minutos. Iban a llegar los primeros a Saint-Flour, la ciudad amurallada. Pero al Tour aún le quedaba un barrido por hacer. Por tierra. Un vehículo armado de ‘France Television’ decapitó a Flecha y Hoogerland. Hermanos de sangre. «No me lo podía creer», declaró el holandés. Pedaleaba hacia una victoria y, en un chasquido, apareció crucificado en alambre de espino. En las guerras siempre hay tipos que sacan oro. Voeckler, ídolo francés, no dudó. Dos rivales menos. Aceleró. Le pudo la codicia. Sabía que iba a ser el líder. Es un ciclista inquieto. Teatrero. Saca al lengua para que las cámaras se fijen en él. Lengua de serpiente. Ya es el líder. La etapa se la quedó Luis León Sánchez, más fuerte que Voeckler y que Casar. Es su tercer triunfo en el Tour. Los dos anteriores los consiguió en un 11 de julio. Ayer era día diez. Pero es que el 11 de julio de ese Tour es la jornada de descanso. Por eso se adelantó. Hoy es día de hospital y vendas en el Tour tras la etapa de la matanza.