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Ha conseguido todo lo que quería. Lo que solicitó a Florentino Pérez a lo largo de la temporada pasada, convulsa por los desencuentros con Valdano. Lo que tuvo en el Chelsea y en el Inter. Mourinho fue designado ayer manager deportivo del Real Madrid. Un cargo que suma al de entrenador. Una misión, la de confeccionar la plantilla, pedir fichajes y aprobarlos, que ha ejercido de facto desde que consiguió la contratación de Adebayor en el mes de enero. Una potestad que dejó sin labor específica a Valdano, que abandonó el club. Una autoridad que el portugués ha aplicado con los fichajes de Coentrao, Sahin, Altintop, Callejón y Varane. Un poder que ha demostrado al decir «sí» a la adquisición de Neymar, operación que se firmará ahora o en diciembre.
El nombramiento como manager reafirma la asunción del estilo inglés en la entidad. El técnico convenció al presidente de la conveniencia de que sea un solo hombre el que forme el plantel, descarte jugadores y entrene al equipo. Una labor como la que Ferguson ejecuta en el Manchester United desde 1986. La que Rafa Benítez protagonizó en el Liverpool triunfal.
Mourinho argumenta que es coherente que sea el responsable del equipo quien seleccione los futbolistas que le llevarán a la gloria o al despido. Aplica una máxima para trabajar a gusto: desea jugadores de disciplina férrea. Una premisa que ha vuelto a demostrar en la pretemporada de Estados Unidos. Ha puesto firme a la plantilla. En secreto sonríe, porque ha conseguido lo que pretende: una competencia suprema por ser titular.
El entrenador ha dado serias advertencias a Marcelo y a Xabi Alonso por dos litigios opuestos, dentro y fuera del campo. El brasileño recibió la bronca en el partido frente al Chivas, al dar un taconazo que costó un contragolpe peligroso. Una acción similar en El Sardinero, durante la Liga pasada, supuso otra reprimenda del preparador. Lo considera una indisciplina grave dentro del campo. Le dejó claro que no se lo permitirá más.
Dolor ocultado
El caso de Alonso era muy diferente. El centrocampista se levantó con dolores en la espalda en la mañana anterior al encuentro con el Chivas y no dijo nada al cuadro médico. Pensaba que las molestias desaparecerían. Y sobre todo, quería estar en el once. El problema surgió cuando el guipuzcoano comenzó el calentamiento previo al partido. Expuso a Rui Faria, preparador físico, que no podría jugar.
Mourinho se enojó porque sabía que esa dolencia no era producto del momento. Manifestó al mediocampista que esas lesiones hay que comunicarlas cuanto antes para evitar un cambio de urgencia en la alineación. Al luso le gusta plantear estratégicamente sus equipos y no le agradó realizar una sustitución minutos antes del partido. En este caso, no le importó, porque Coentrao volvió a brillar como medio centro. Pero le desagradaría acometer un relevo de última hora en plena competición.
La actitud de Xabi tenía otra lectura positiva: ningún futbolista desea perderse un minuto. La titularidad se paga tan cara que no se pueden hacer concesiones. Es lo que pretende: que sus hombres se maten por jugar.
Su exigencia de rectitud, sin embargo, está por encima de todo. La entrega de Di María, Coentrao y Cristiano son su ejemplo de dedicación. Ronaldo destaca porque aborda cada partido como si fuera la final de la Liga de Campeones. Juega como cuando era niño en su barrio de Funchal, dándolo todo. Pero Mourinho le impone la misma disciplina que a todos. Cuando CR dijo el 27 de abril que no le gustó la táctica del Real Madrid frente al Barcelona, en el duelo de ida de la Copa de Europa (0-2), el entrenador le sentó en el siguiente partido de Liga, ante el Zaragoza. Y se jugaba el Pichichi. Así se las gasta el gran jefe.






