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Día 16/08/2011 - 21.28h
La última corrida celebrada en La Monumental barcelonesa demostró exactamente la situación en que se encuentran los aficionados catalanes. Condenados a banderillas negras, como ese tercer toro de la ganadería portuguesa de Palha, cuyo propietario precisamente tiene vinculaciones familiares muy fuertes con Barcelona.
Los toros de Palha compusieron un lote desigual, con un cuarto muy bueno y un tercero que llevaba el carbón de la mansedumbre en sus entrañas. Por eso lo condenaron a esa pena que para el ganadero supone que a uno de sus toros le pongan banderillas negras. Palha dio pues una de cal y otra de arena. Durante años los aficionados de esta tierra han estado recibiendo paletadas de mala tierra como bofetadas, y siempre han puesto la otra mejilla. Esperaban que esa actitud les hiciera fuertes, lejos de ello al final han recibido la del pulpo.
En toda esta lucha por salvar la Fiesta siempre se esperaba una mano salvadora como el pasado domingo la ansiaba el ganadero luso cuando algunos pidieron la vuelta al ruedo para el mejor toro de la corrida, el cuarto al que López Chaves le había cortado una oreja. Pero el presidente no sacó por la balconada el pañuelo azul que hubiera significado el triunfo y hubiese hecho olvidar el borrón de las banderillas negras. Cara y cruz para los toros el pasado domingo en La Monumental barcelonesa, como tantas veces cara y cruz para los defensores de la Fiesta en esta tierra. Al final, Joao Folque, el propietario de la mítica divisa de Palha se tuvo que ir con la pena en vez de con la alegría del éxito.
Así de corta es la distancia entre el cielo y el infierno, la que va de que un presidente decida o no sacar el pañuelo azul que ordena el honor de la vuelta al ruedo para un toro, la misma en la que un político decida la intención de su voto, o simplemente que mantenga o no sus promesas. De momento, banderillas negras.






