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Stephen Marley: «Estamos unidos por la semilla de mi padre»

La viuda y tres hijos de Bob Marley tocan juntos, no revueltos, en el festival Rototom Sunsplash

Día 18/08/2011 - 13.20h

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Del 18 al 27 de agosto se celebra el Rototom Sunsplash Festival, la cumbre del reggae mundial, el G-20 rastafari que solía ocurrir en Italia hasta que intervino Silvio Berlusconi. Entonces se vinieron con la música al levante español, a Benicasim. La edición 2011 coincide con los treinta años de la muerte de Bob Marley. Su viuda oficial y tres de sus catorce hijos con diez mujeres distintas le homenajearán tocando juntos, que no revueltos. La leyenda no se extingue pero los líos de familia tampoco.

Stephen Marley, de gira por Europa con su último trabajo discográfico, «Revelation Part 1: The Root of Life» , toca en prime time en el escenario principal del festival esta misma noche (la de la inauguración). El martes 23 se subirán a ese mismo escenario, por este orden, su hermano Ziggy, su medio hermano Ky-Mani (hijo de la campeona de tenis de mesa Anita Belnavis) y su madre Rita Anderson de Marley. Parece que hay impedimentos legales para verles y oírles a todos de una sola vez.

No mentes a la muerte

También surgen un montón de impedimentos para hablar con Stephen Marley y preguntarle por la memoria de su padre. La organización del festival, cuya eficiencia, paciencia y dedicación rozan la santidad, tratan de imbuirnos de las mismas virtudes para tratar con la realeza jamaicana: «cuando hables de Bob Marley ni se te ocurra mencionar la palabra muerte, sería el fin de la entrevista; usa expresiones indirectas como legado, recuerdo o memoria». Otro consejo de oro es el de desconfiar de entrevistas en demasía madrugadoras. Quedamos en llamar a Stephen a las 3 pm y nos encontramos con que aún no se ha podido levantar. Ni tiene previsto hacerlo en toda la tarde.

Con una vela puesta a la sufrida organización del festival y otra a Haile Selassie logramos que se nos ponga al habla exactamente veinticuatro horas después. Encontramos entonces a Stephen instalado en el nirvana rasta.

Absorbe nuestras preguntas como a caladas muy lentas. Exhala respuestas que parecen globos de paz y de amor. Afirma llevarse «de cine» con toda su numerosísima familia y «no tener ni idea» de por qué la gente habla de desavenencias entre ellos. Tampoco le suenan de nada las críticas que a veces se han hecho al clan Marley de usar al difunto Bob como un cajero automático inagotable «El reggae es la música de la integridad», zanja Stephen.

Él se declara absolutamente comprometido con la filosofía rastafari: «Es mi vida y mi salvación». ¿Salvación de qué?, indagamos. «Simplemente mi salvación», remacha. Ah. Stephen repite como un mantra los grandes highlights del movimiento: «Defensa de los pobres y de los oprimidos, libertad para África». Pero no le interesa mucho trasladar nada de eso a un lenguaje político demasiado concreto. Es como un indignado muy relajado. Cuando le preguntamos qué le habría dicho su padre a Barack Obama de llegar a conocerle, sin pensárselo mucho responde: «Le habría pedido libertad para África». ¿Y a él, a Stephen, le gusta Obama? «A mí me gusta todo el mundo», vuelve a zanjar.

¿Será verdad que, treinta años después de la muerte de Bob Marley, sólo quedan un puñado de hermosísimas canciones históricas y una marca comercial? Sus muchos vástagos, fruto de su libertad de espíritu (y de cuerpo) pero también del machismo rampante que es una de las caras menos idílicas del discurso rastafari, parecen haberse especializado en explotar sus distintos grados de semejanza con el padre. De Ziggy Marley dicen que es el que más se le parece físicamente. De Rohan Marley, el hasta ahora marido y padre de cinco de los hijos de la cantante Lauryn Hill —acaba de dejarla por la modelo Isabeli Fontana, mientras Lauryn acaba de dar a luz un sexto retoño de paternidad incierta— sería su émulo en lo romántico.

De Stephen se ha dicho que es el que tiene una voz más parecida a la del rey del reggae. Ciertamente da la impresión de que lo único capaz de imprimirle vivacidad es hablar de música. De la música y de él, de él y de la música, más allá del colosal espectro del padre. «Estamos todos unidos por su semilla, pero cada uno de nosotros es distinto», proclama esta especie de Hamlet Marley. ¿Le ha costado a él encontrar su sitio? «No, no me cuesta ser el que soy», aduce, ahora sí, con voluntaria y juguetona ironía. No exenta de dulzura.

En la voz le rebrota el niño que con sólo ocho años asombró al mundo marcándose su primer solo en directo. «La música empezó a salir de mí desde el principio, desde antes de aprender a hablar», se anima de repente, como activado por un resorte mágico. O sea que la magia sí existe, después de todo.

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