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Cuando las televisiones de toda España transmitieron, el 7 de octubre de 1986, las históricas palabras de Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional, «a la ville de Barcelona», el país estalló en un grito de júbilo.
Muchos se acordaron del Mundial de Fútbol de 1982, bien organizado, aunque deportivamente desastroso. Sin embargo, la misma ceremonia de apertura de Barcelona 92 comenzó a ilusionarnos.
En ella, el Príncipe Don Felipe ejerció de abanderado de la delegación española en una imagen para el recuerdo. Luego vendrían las medallas: trece de oro, siete de plata y dos de bronce. Aquel verano parecía que podíamos volar.
