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Madrid / RINCONES DE MADRID

El capricho de Madrid

El Capricho es un jardín histórico del siglo XVIII situado en Alameda de Osuna, que se ha convertido en uno de los rincones más bonitos de la capital, lejos del ruido y el estrés de la urbe

Día 21/08/2011 - 16.39h

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María Josefa Pimentel despertó una buena mañana y pensó: «Quiero que se construya uno de los jardines más bonitos de Madrid». Así fue, un auténtico capricho de Pimentel, la duquesa de Osuna, amante del arte. El terreno que los Duques de Osuna –una de las familias más poderosas del momento– habían comprado a las afueras de Madrid se convirtió poco a poco en un espacio verde de 14 hectáreas conocido como el parque de El Capricho, que pronto se convertiría en lugar de cita obligada para lo más selecto de la sociedad madrileña ilustrada. Esta finca es un ejemplo de la dicotomía de Madrid: la urbe ruidosa, estresante, frenética y absorbente, frente a la tranquilidad de la naturaleza, los animales, el agua. En definitiva, el idilio sumergido en la capital.

Recorrido por la historia

Si el parque es un capricho, bien se podría decir que es como un antojo, una mancha de nacimiento de Madrid. Está ahí, pero muchos madrileños aún no saben que existe y, menos aún, conocen su procedencia, su historia. Comenzó a construirse en 1787, pero las obras duraron 52 años, hasta 1839, por lo que la duquesa no pudo verlo al completo. Durante la invasión francesa, hacia 1808, la duquesa perdió temporalmente la propiedad, ya que el general francés Belliard lo utilizó como base de operaciones para sus tropas. Una vez vencidos los franceses, el parque volvió a manos de su dueña, que lo reformó.

A la muerte de la duquesa, considerada una de las mayores intelectuales de su época, su primer nieto, Pedro Alcántara, heredó el ducado de Osuna y con él, El Capricho. Pero cuando él muere, el ducado de Osuna pasa a manos de su hermano, un auténtico derrochador que perdió toda la fortuna familiar. Por ello, cuando muere, la finca fue subastada para liquidar sus deudas. Pasó entonces a manos de la familia Baüer. A pesar de que mantuvieron el jardín en un estado aceptable, su declive ya no tenía marcha atrás y poco a poco fueron vendiéndose sus pertenencias.

Durante la República, fue declarado Jardín Histórico, lo que no impidió que durante la Guerra Civil se convirtiera en territorio bélico y se construyeran varios refugios antiaéreos subterráneos. De hecho, alrededor del palacio aún sobreviven restos de respiraderos de estos refugios. En 1974, el Ayuntamiento de Madrid lo compró, y en 1985, fue declarado Bien de Interés Cultural.

Recorrido por los emblemas

La principal característica del parque son los contrastes en los colores de la naturaleza, al más puro estilo Tim Burton. Desde los verdes, amarillos y rojos puros de Big fish, a verdes oscuros y negros sombríos de Eduardo Manostijeras. Hay enclaves pacíficos, románticos, de cuento de hadas y de casa de la pradera. Pero también los hay inquietantes. Y es que en él confluyen diferentes tendencias artísticas de la época, tanto francesas, italianas como inglesas, que hacen de El Capricho un gran ejemplo de jardín romántico español. En él abundan árboles del amor –por sus hojas en forma de corazón–, olmos, almendros, encinas y lilas –la flor favorita de la duquesa–.

Aunque cada uno puede encontrar su rincón emblemático, dentro del jardín hay varios lugares y monumentos de visita obligada en cada una de las estaciones. Uno de ellos es el Templo de Baco en el que se representa la figura de Baco, y no la de Venus. El abejero también es curioso, pues es un pequeño palacete que tiene colmenas en las alas del edificio, por lo que se puede ver a las abejas.

A lo largo del caprichoso recorrido, encontramos la ermita, donde vivió Fray Asensio, o el casino de baile, lugar de reunión y de fiesta que fue construido sobre un pequeño estanque al cual se llegaba a través de pequeñas barcas o falúas.

El embarcadero, también llamado Casa de Cañas, está cerca de este casino y se construyó con un estilo chinesco. Suele ser el lugar preferido de los niños, ya que acuden a él con pan para alimentar a los patos. En cuanto uno ha catado el pan, accede a llamar al resto de la «manada», y en cuestión de minutos puedes estar rodeado de una veintena de patos. Eso sí, el rey y el favorito de todos los visitantes es el cisne negro, que llena de elegancia el estanque.

Pero sin duda, el lugar más emblemático es el Palacio de los Duques de Osuna, cuya fachada blanca y majestuosa da a la Fuente de los Delfines, y a la exedra que se encuentra en la Plaza de los Emperadores. Esta plaza la mandó construir Pedro Alcántara en memoria de su abuela, la duquesa de Osuna.

Eso sí, aunque el parque brilla por su lucidez, también brilla por su ausencia. En concreto, por la falta de fuentes de agua potable. Así que, si decides darte el capricho de conocer este rincón de Madrid, ve con suficiente pan, agua y ganas de andar.

Parque El Capricho

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