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Anuncios. Uno detrás de otro. No hay peor forma de comenzar una velada de música que bombardeando con publicidad a un público que ve cómo el concierto se retrasa media hora sin explicación alguna. Los silbidos, claro, no se hicieron esperar.
De repente suenan unas guitarras, pero no son las de Maná. Más espera con un hilo musical que por mucho que incluya el «Rock this town» de Brian Setzer, acaba sulfurando al respetable. Más silbidos. Al fin, la banda sale a escena tras una red sobre la que se proyectan animaciones, arrancando con «Lluvia al corazón», single de su nuevo disco «Drama y luz».
Y demasiado drama es lo que desplegaron anoche los mexicanos durante demasiado tiempo, con esos temas empapados de tragedia personal, convertidos en unas fábulas ambientadas en la Edad Media que, sin siquiera poder aspirar a ser pretenciosas, producen una sensación de incómoda incomprensión hacia los propósitos de Fher Olvera como letrista.
Durante casi una hora de repertorio excesivamente lento y contenido, lo que más seducía las miradas era la maquinal pegada del baterista Álex González, pero en su ansia de rellenar todo espacio vio cómo volaba una de sus baquetas.
Tras «El Espejo», «Sor María» y «Vuela libre Paloma», llegó un momento en el que Fher pareció darse cuenta de que había que ir levantando a sus fieles, que habían rebajado las revoluciones de la euforia inicial hasta un estado de expectación. ¿Cuándo empieza aquí el bailoteo?, se preguntaban algunos.
«Estamos celebrando esta noche la independencia de México», gritó Fher mientras cogía su guitarra. La aparición del violinista Ara Malikian dio un pequeño soplo de aire fresco y el intimismo fue quedando relegado por canciones más animadas como «Rayando el Sol». Las chicas empezaban a subirse a los hombros de sus chicos, y quién sabe si alguna se dio por aludida cuando Fher dedicó «Mariposa traicionera» a «los chicos que se enamoran de esas chicas duras, las que nos ponen los cuernos».
Rolas como «Corazón espinado», «Clavado en un bar» o «El muelle de San Blas», subidas y bajadas, las rancheras en un escenario entre el público, cambios de dinámica, el solo de batería en una grúa giratoria, eran lo que hacía falta para que aquello se convirtiese en una fiesta en condiciones. Se hizo esperar la fase rockera del concierto, pero cuando llegó, arrasó.