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El Camp Nou nunca será el «Teatro de los Sueños». No para el equipo rival. Aunque los recientes tropiezos podían haber despertado alguna leve fantasía, el estado natural que se vive es el que sufrió Osasuna. Claustrofobia. Hasta las intenciones más nobles se reducen a escombros. [Narración y estadísticas]
Las que tuviera el conjunto navarro ni siquiera llegaron a pisar el césped, pues apenas había empezado a rodar la pelota por el pasto cuando Messi acudía a su liturgia. Apertura a la banda, cesión de Alves de cabeza y remate del argentino. El fútbol del Barça, aunque improvisado, guarda algo de ceremonioso.
Cuantos apuntaron en verano que Cesc y Thiago iban a molestarse comprueban que entre los grandes jugadores hay sintonía. El talento se acopla con naturalidad. Tiene fácil subirse al fraseo que abre cualquier compañero. Los dos hablan el mismo idoma y el Barça intercambia balones que parecen párrafos.
El espectador disfruta, pero el rival se agobia. Nadie piensa en él porque sólo hay ojos para el protagonista. Messi levanta el balón y encuentra a Cesc, que sin dejarla bajar empalma el segundo. Nadie lo piensa pero detrás de esas escenas hay un equipo que se ve desbordado. Le han encerrado y no ha tenido tiempo de cometer delito alguno.
Tampoco es que Osasuna tuviera las armas para intentarlo. Sobre Nino cayó la penitencia de esperar en solitario esos balones que nunca llegan. Que se atascan cuando Raúl García ejerce de pivote en el centro del campo. Que no pueden cuando es el Barça quien mima el balón enfrente. Así sucedió anoche. Osasuna se chocó con dos goles en contra y pronto se vio en posición defensiva, intentando aguantar el chaparrón de la manera más decorosa posible. Complicado cuando Villa se inventa un recorte y enfila en tercero. Difícil cuando hasta la mala suerte se pone en contra y un rechace del defensa también acaba en gol. Utópico cuando Cesc convierte una asistencia atrasada en una media vuelta majestuosa.
En una semana en la que el Barcelona ha tenido que aguantar las dudas de quienes aprovechan dos empates para levantar sospechas, los de Guardiola volvieron a sacar el fútbol de salón, a ostentar ese fútbol de combinación que ha hecho de él un equipo de cátedra. Para que siga ocurriendo sin que Iniesta esté en el campo subió Thiago y regresó Cesc. Para que el discurso no cambie sean quienes sean los ponentes.
Sociedad Messi-Cesc
El que fuera capitán del Arsenal ha vuelto a su casa como si nunca la hubiera abandonado. Guarda con Messi una relación como las que se han forjado con el paso de muchos años. No ha tenido que pasar el tiempo para que vuelvan a reconocerse. Se saben y se encuentran. Pases por encima de la defensa, asistencias a un espacio que todavía no se ha abierto. Un fútbol que desborda toda previsión.
Porque cuando un equipo pisa el Camp Nou sabe cuáles van a ser las armas que le hagan daño, pero son infrecuentes las ocasiones en que puede frenarlas. Y por encima de todo ello está Messi, que se empeña en no responder a ningún patrón, a inventar cada día un nuevo descaro, una nueva pieza de arte. Con 8-0 en el marcador, remató con el pecho a la escuadra. El castigo había sido suficiente.






