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Sostenía André Villas-Boas que, tras una profunda búsqueda de una cinta en la que se oiría a Fernando Torres achacar su sequía a centrocampistas viejos y lentos del Chelsea, que atascan el avance hacia la otra red, el asunto está resuelto. Y dijo «AVB» que, si ocurre otra vez, él, el manager, lo resolverá.
Villas-Boas es joven y enhiesto. Multa a quien llega tarde al autobús, decide qué visitantes entran en el complejo de entrenamiento en Cobham, viste con elegancia meditada en la banda. Renueva un equipo al que su padrino, José Mourinho, dejó porque el mandamás, Roman Abramovich, quiere que las alineaciones reflejen, además del dineros que gasta, sus ignotas ideas sobre el fútbol.
A Mou se le atragantó el fichaje de Andriy Shevchenko como a «AVB» le ha caído con el sueldo la tarea de que florezcan helechos en la sequía de otro fichaje ruso, Torres. El percance de Drogba —maltrecho en agosto tras un choque con el portero del Norwich— le ha ahorrado desde entonces el dilema de mostrar predilección en la punta, que inquieta a la grada.
En Sunderland sentó al madrileño y metió a Sturridge, un zurdo joven, veloz y mordiente. Marcó y el Chelsea ganó. Tras su investigación, «AVB» puso a Sturridge en la derecha y a Torres en el centro para recibir, el martes, al Bayer Leverkusen, en el estreno de la Liga de Campeones. Ocurrieron al menos tres cosas.
Que el Chelsea estuvo lento, por no haber aún acople entre los recién llegados y los antiguos, y por ser una escuadra mermada por la ansiedad. Un joven y brioso Leverkusen pudo sacar algo de Stamford Bridge con más remate. Los «blues» avanzaron repetidamente por combinaciones en el centro, ahogando sus ataques.
Torres, que nunca ha jugado en la Premier mejor que en el Liverpool de 2008-09, con Gerrard de guerrillero en su retaguardia y un tal Xabi Alonso dictando ritmo, armonía y compás, confirmó que no está fino, que le falta la confianza que lleva a no pensar lo que se hace. Pero aún se movió con peor intención que la que su equipo advierte y dio el último pase en los dos goles.
La tercera cosa ocurrió en el 65' y fue la más cómica. Salió entonces Lampard al campo. Giró nada más llegarle la pelota y la lanzó a freír espárragos, a la diagonal de Torres. Que giró también, tras el desatino, para aplaudir el pase, como si en la cinta buceada por «AVB» se oyera que el culpable de su sequía es un centrocampista viejo y lento.
Así llegó ayer el Chelsea a Old Trafford. El 3-1 suma y sigue al impecable inicio del Manchester. A «AVB» no debe preocuparle la tendencia a atacar por el centro porque alineó a tres nueves naturales de extremos (Sturridge, Anelka y Lukaku) y a tres centrocampistas en la primera parte (Morieles, Ramires y Lampard) que avanzan con parecido trote y similares competencias.
Torres estuvo torpe en algún lance, pero jugó quizás su mejor partido del año. Marcó el 2-1, con movimiento y toque final de gran clase, su segundo gol en 22 partidos. Y, en el 84' y 3-1, se fue de la zaga roja con un movimiento típico en la línea, burló la salida de David de Gea como si el portero no existiera y lanzó la bola fuera, sellando con la pesadumbre de su persistente maldición una derrota exagerada.







