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En el traje de Anthony Hopkins

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Día 19/09/2011 - 01.42h

Glenn Close es una actriz que hace cubitos de hielo con sólo mirar el agua, una actriz a la que la pantalla cree a pies juntillas, se ponga lo que se ponga, sea un traje de condesa, de villana, de bombero o el de Anthony Hopkins en «Lo que queda del día». Es igual, Glenn Close pone a hervir una historia mientras congela al que la está mirando… El Premio Donostia de este año se ha venido a recogerlo con una película titulada «Albert Nobbs», que ha dirigido Rodrigo García y en la que interpreta a un impecable camarero de hotel de lujo en la Irlanda de finales del siglo XIX. Pero el primer plano de Glenn Close, encerado como un adoquín sevillano en Jueves Santo, con la mirada dudosa y desvalida, y como reafirmándose en un «yo soy Albert» a kilómetros luz del «yo soy Vicente» de Almodóvar, es un buen mapa de la situación de la mujer allí y entonces. Rodrigo García, un cineasta con peculiar sensibilidad para contener y exhalar emociones y sentimientos que tienden a ser considerados «femeninos», logra una perfecta urdimbre de ambientes, personajes, situaciones..., ese «grano» Ivory, además de una intriga turbadora y siempre al borde del melodrama, pero sin el menor traspiés. Como es obvio, lo más llamativo es la interpretación de Glenn Close, su modo de acoger generosamente dentro de ella a ese Albert Nobbs, tan marciano y a la vez tan comprensible. Parece ser que en esta ocasión su habitual nominación al Oscar tiene trazas de convertirse por fin en un «andegüiner», o como se diga ahora.

Vals romántico

A la competición salió ayer la letra, o el espíritu, de la canción de Leonard Cohen «Take this waltz», en la que se habla del amor, sus agujeros y sus rellenos, de cómo empuja cuando llega y cómo se acomoda en un sofá en el rincón. O eso es lo que cuenta, con ese título, la película dirigida por la actriz Sarah Polley, en la que a la encantadora Michelle Williams le pone la gran trampa, un marido adorable y al que adora, y un amor repentino, cantarín, juguetón, de 9 grados en la escala Richter. Sin duda, Sarah Polley es tan romántica como Cohen, aunque tiene peor voz, o menos ronca, con lo que su película está saturada de «momentos tú y yo», de miradas glasé, de palabras con hilo de huevo... Curiosamente, en la sección Zabaltegui se proyectaba «Nader y Simin», película del director iraní Asghar Farhadi que ganó el Oso de Oro en el último Berlín y que podría ser la contraportada de ésta, sin hablar ni remotamente de lo mismo y sin tararear a Cohen.

Pero la propuesta chocante de la sección oficial era «Bertsolari», un documental sobre estos personajes, los bertsolaris, que se dedican a recitar en euskera versos improvisados. El director, Asier Altuna, se centra en varios de ellos, quienes le confiesan a la cámara sus sensaciones como transmisores de cultura, de raíces, de esto y de aquello. Francamente, han acertado de pleno en poner este documental en este festival, porque da la impresión de que no hubiera tenido muchas posibilidades de estar en la programación de la Semana de Cine Manchego.

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