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A Rocío Piñeiro Otaivén le sorprendió la muerte en el lugar más inimaginable del mundo: en una iglesia, la de Santa María del Pinar (Madrid). Embarazadísima, salía de cuentas ya de su primer hijo, Rocío y su madre decidieron ir a misa en la festividad de San Miguel, el patrón de su pueblo Fornelos de Montes, en Pontevedra. Querían rezar y querían agradecer que Álvaro, así pensaban llamar al pequeño, estuviera al llegar. La joven pontevedresa llevaba cinco años casada con su marido y hasta ahora sus deseos de ser padres se habían frustrado; algún aborto, según sus allegados e incluso varios intentos de fecundación in Vitro… La criatura nació en medio del horror y con su madre ya muerta.
Jamás se había cruzado con el hombre que le descerrajó un tiro en la cabeza
El padre de Rocío, empleado como ella de la entidad bancaria en su pueblo, se desplomó al enterarse de la noticia, mientras tomaba un café en un bar de su pueblo. Solo su mujer había viajado a Madrid para preparar el «nido» y acompañar a su hija antes del parto.